La segunda parte de la anterior entrada, con el interesante
libro del mexicano Miguel Ángel Ruiz, hablando sobre el tema del amor.
VII
El maestro del sueño
Toda relación en tu vida es susceptible de ser sanada, toda relación puede ser
maravillosa, pero siempre empezará por ti. Es
necesario que tengas valentía para
utilizar la verdad, para hablarte
a ti mismo con la verdad,
para ser completamente sincero contigo mismo. Quizá no es necesario que te muestres sincero con todo el
mundo, pero puedes serlo contigo
mismo. Quizá no seas capaz de controlar lo que
ocurrirá a tu alrededor, pero puedes controlar tus propias reacciones. Esas reacciones
guiarán el sueño de tu vida, tu sueño personal. Son tus reacciones las que te hacen
sentir muy desdichado o muy feliz.
Tus reacciones son la
clave para tener una vida maravillosa. Si eres capaz de
aprender a controlar tus propias
reacciones, entonces podrás cambiar tus costumbres y cambiarás
tu vida.
Eres responsable de las consecuencias de todo lo que haces, piensas, dices y
sientes. Tal vez te resulte difícil comprender qué
acciones provocaron una consecuencia determinada -qué emociones,
qué pensamientos-, pero lo que sí ves es la
consecuencia porque, bien la estás sufriendo, o estás disfrutando de ella. Controlas tu
sueño personal mediante las elecciones. Comprueba si la consecuencia de tu elección te
resulta satisfactoria o no. Si es una consecuencia que te permite
disfrutar, entonces sigue adelante.
Perfecto. Pero si no te gusta lo que está ocurriendo en tu vida, si no
estás disfrutando de tu sueño, intenta averiguar qué está originando las consecuencias que tanto te disgustan. Así es como se transforma
el sueño.
Tu vida es la manifestación de tu sueño personal. Si eres capaz de transformar el programa de tu sueño personal
te convertirás en un maestro
del sueño. Un maestro del sueño crea una vida que es una obra maestra.
Pero llegar a ser un maestro del sueño representa un gran reto, ya que normalmente los seres humanos se convierten en
esclavos de sus propios sueños. El modo en que aprendemos a soñar es una trampa. Con todas las creencias que
tenemos de que nada es posible, resulta difícil escapar del sueño del miedo. A
fin de despertar del sueño,
necesitas dominarlo.
Por esa razón los toltecas
crearon la Maestría de la Transformación, para
liberarse del viejo sueño y crear un nuevo sueño donde todo es posible, incluso escapar del sueño. En la Maestría
de
la
Transformación, los
toltecas dividen
a la gente en soñadores y en cazadores
al acecho. Los soñadores
saben que el sueño es una ilusión y juegan en ese mundo de ilusión
sabiendo que se trata sólo de eso. Los cazadores al acecho son como un tigre o
un jaguar, y están al acecho de toda acción y reacción.
Tienes que acechar tus propias reacciones; trabajar en ti mismo a cada instante.
Requiere mucho tiempo y valor porque resulta
más fácil tomarse las cosas como algo personal y reaccionar de la misma manera
que acostumbras a hacer. Y eso te conduce a cometer muchos errores y a padecer mucho dolor, porque tus reacciones sólo generan más veneno emocional e
incrementan la desdicha.
Ahora bien, cuando seas capaz de controlar
tus reacciones, descubrirás que no tardas nada en ver, es decir, en percibir
las cosas como realmente son. Por lo general, la mente
percibe las cosas como son, pero debido a toda la programación
y a
todas las creencias que tenemos, hacemos
interpretaciones de lo que percibimos, de lo que oímos, y sobre todo, de lo que vemos.
Existe una gran diferencia entre ver de la manera en que la gente ve en el sueño y ver sin establecer juicios, tal como es. La diferencia reside en el modo en que reacciona
tu cuerpo emocional frente a lo que percibes. Por ejemplo, si vas andando
por la calle y un desconocido te dice: «Eres un estúpido»
y se aleja, puedes percibir
la situación y
reaccionar de muchas maneras
diferentes. Aceptar lo que esa
persona te ha dicho y pensar: «Sí, debo de ser un estúpido». Enfurecerte o sentirte humillado, o
sencillamente ignorarlo.
Lo cierto es que esa persona te está enfrentando a su propio veneno emocional
y te ha hecho ese comentario porque has sido el primero
que se ha cruzado en su
camino. No tiene nada que ver contigo.
No hay nada personal en ello. Y si eres capaz
de ver esa verdad, tal como es, no reaccionarás.
Dirás: «Cómo sufre esa persona»,
pero no te lo tomarás como algo personal. Es sólo un ejemplo, pero se puede aplicar
a la mayoría de las cosas que suceden continuamente. Tenemos un pequeño ego que se toma todas las cosas de manera personal, que nos hace reaccionar
exageradamente. No vemos lo que está
ocurriendo realmente porque reaccionamos al instante y lo convertimos en parte
de nuestro sueño.
Tu reacción proviene de una creencia
interior muy profunda. Has
repetido esa manera de reaccionar miles de veces y al final se ha
convertido en un hábito para ti. Estás condicionado
a ser de una determinada manera.
Y ahí reside el reto: cambiar tus reacciones
normales, cambiar tus hábitos, arriesgarte y hacer elecciones diferentes. Si no consigues
la consecuencia que querías,
cámbiala una y otra vez hasta obtener finalmente el resultado que
deseas.
He dicho que nunca hicimos
la elección de tener en nuestro interior
al Parásito, que es el Juez, la Víctima y el Sistema de Creencias. Si sabemos que no teníamos
otra opción y adquirimos
conciencia de que no es nada más que un sueño, recobraremos algo que perdimos y que es muy importante:
algo que las religiones llaman «libre albedrío», y que es lo que Dios les concedió a los seres humanos cuando los creo. Es
cierto, pero el sueño nos lo arrebató
y se lo quedó, porque el sueño es quien controla la voluntad de la mayoría de los seres
humanos.
Algunos dicen: «Quiero cambiar,
realmente quiero cambiar. No hay ninguna razón para que sea tan pobre. Soy inteligente. Merezco vivir
una vida mejor,
ganar mucho más dinero del que gano actualmente». Lo saben, pero sólo es lo que su mente les dice.
¿Y qué hacen?
Encender el televisor y pasarse horas y horas mirándolo. Entonces,
¿dónde está la fortaleza de su voluntad?
Una vez que tenemos
conciencia,
podemos hacer
una elección. Si fuésemos capaces de tener esa conciencia de manera permanente, cambiaríamos nuestras
costumbres, nuestras reacciones y nuestra
vida entera. Cuando
cobramos esa conciencia, volvemos
a tener el libre albedrío. Cuando recobramos el libre albedrío, entonces somos capaces de recordar quienes somos en cualquier momento. Y si lo olvidamos, podemos escoger otra vez, pero sólo si tenemos esa conciencia. De lo
contrario, no tenemos elección.
Cobrar conciencia significa ser responsable de la propia vida. No eres
responsable de lo que está sucediendo en el mundo. Eres
responsable de ti mismo. No fuiste tú
quien hizo el mundo tal como
es; el mundo ya estaba como es ahora
antes de que tú nacieses. No viniste aquí con la gran misión de salvar al mundo y de cambiar
la
sociedad, pero, indudablemente, viniste
con una gran misión;
una misión importante. La verdadera misión que tienes en la vida es hacerte feliz, y a fin de ser feliz, debes
examinar tus creencias, la manera
que tienes de juzgarte a ti mismo, tu victimismo.
Sé completamente sincero con respecto a
tu felicidad. No proyectes una falsa
impresión de felicidad diciéndole a todo el mundo: «Mírame. He triunfado
en la vida, tengo todo lo que quiero, soy muy feliz», cuando no te gustas.
Todo está ahí para nosotros, pero lo primero que necesitamos es tener la valentía
de abrir los ojos, de utilizar la verdad y de ver las cosas como son en realidad.
Los seres humanos están muy ciegos y la razón de tanta ceguera es que no quieren ver. Por
ejemplo: Una mujer joven conoce a un hombre y de inmediato siente una fuerte atracción hacia él.
Tiene una subida de hormonas y lo único que quiere es
a ese hombre. Todas sus amigas ven qué tipo
de hombre es. Consume drogas, no
trabaja, tiene todas las características que hacen sufrir tanto a las mujeres.
Pero cuando ella lo mira,
¿qué es lo que ve? Sólo ve lo que quiere ver. Ve que es alto, guapo, fuerte, encantador. Se crea una imagen de él e intenta
negar lo que no quiere ver. Se miente a sí misma. Realmente quiere creer que la relación funcionará. Las amigas le dicen: «Pero toma drogas, es un alcohólico, no
trabaja». Y ella les contesta: «Sí,
pero mi amor hará que cambie».
Su madre no soporta
a ese hombre, claro, y lo
mismo le sucede a su padre. Los dos
están preocupados por ella porque
ven adonde la va a llevar el camino que ha tomado. Le dicen: «No es un buen hombre». Pero ella
les responde: «Me estáis diciendo
lo que tengo que hacer». Se enfrenta a su madre y
a su
padre, hace caso de sus hormonas
y se miente a sí misma en un intento de justificar
su elección: «Es mi vida y voy a
hacer con ella lo que quiera».
Meses más tarde, la relación la devuelve a la realidad. La verdad empieza
a aflorar y ella le culpa a él por las cosas que no
quiso ver anteriormente. No hay respeto, la maltrata, pero, ahora, lo que más le importa
es su orgullo. ¿Cómo va a volver a su casa
y reconocer que su madre y su padre tenían razón? Con eso sólo conseguiría que se sintiesen satisfechos. ¿Cuánto le va a costar a esta mujer aprender la lección? ¿Cuánto se ama a sí misma? ¿Hasta qué
punto se va a maltratar?
Todo ese sufrimiento se deriva
de no querer ver, aun cuando las cosas se nos muestran claramente ante nuestros
ojos. Por eso, cuando conocemos a alguien que intenta fingir que es mejor de lo que es, y que a pesar de haberse puesto esa falsa
máscara, no puede ocultar
su falta de amor, su falta de respeto, no queremos verlo ni
oírlo. A eso se debe que un anciano profeta dijera una vez: «No hay hombre
más ciego que el que no quiere ver. Y tampoco hombre
más sordo que el que no quiere oír. Y no
hay hombre más loco que el que no quiere comprender».
Estamos muy ciegos, lo estamos de verdad y lo acabamos pagando. Ahora bien, si
llegamos a abrir los ojos y ver la vida tal y como
es, seremos capaces de evitar mucho
dolor emocional. Esto no significa
que no nos arriesguemos.
Estamos vivos y necesitamos arriesgarnos, y si fallamos,
bueno, ¿qué pasa?, ¿a quién le importa? Da lo
mismo. Aprendemos y seguimos adelante sin hacer
juicios.
No necesitamos juzgar; no necesitamos culpar ni sentirnos culpables. Sólo necesitamos aceptar nuestra verdad y proponernos un nuevo principio. Si somos
capaces de vernos a nosotros
mismos tal y como somos,
habremos dado el primer
paso hacia nuestra propia aceptación, hasta anular el
rechazo de uno mismo. Desde el mismo momento en que somos capaces de aceptarnos como somos, todos los cambios
son posibles.
Todas las personas
tienen un valor, y la vida
respeta ese valor. Pero ese valor no se mide en dólares ni en oro; se mide en amor. Más que eso, se mide en el amor hacia
uno mismo. Tu valor viene dado por la cantidad de
amor que te tienes a ti mismo:
y la vida respeta ese valor. Cuando te amas a ti mismo, tu valor es muy alto, lo cual
significa que tu tolerancia frente a los maltratos que tú mismo te infliges es
muy baja. Es muy baja porque te respetas.
Te gustas tal y
como eres y eso aumenta tu valor. Siempre que haya
cosas en ti que no te gustan, tu valor será un poco más bajo.
En ocasiones, la autocrítica es tan fuerte que
la gente necesita atontarse
para poder estar consigo misma. Cuando no te gusta una persona, puedes apartarte de ella.
Cundo no te gusta un grupo de gente, te
puedes apartar de él. Pero si no te gustas a ti mismo,
no importa adónde vayas, siempre
estarás ahí. Para evitar tu propia compañía necesitas tomar algo que te atonte,
que aparte tu mente de ti. Quizás el alcohol te ayude. O quizás alguna droga. Puede
que
la
comida:
sólo comer, comer
y comer. Pero
el maltrato de uno mismo puede llegar a ser
mucho peor que todo esto. Hay gente que realmente se odia a sí misma. Es autodestructiva, se mata poco
a poco porque no tiene la suficiente valentía para hacerlo de golpe.
Si observas
a las personas auto destructivas, verás que atraen
a gente parecida.
¿Qué
hacemos cuando no nos gustamos
a nosotros mismos?
Intentamos atontarnos con alcohol
a fin de olvidar nuestro
sufrimiento. Esa es la excusa que utilizamos. ¿Y adónde vamos para
obtener alcohol?
Vamos a un bar a beber, y una vez allí ¿adivina con quién nos encontramos? Con
alguien igual que nosotros, alguien
que también intenta evitarse a sí mismo y atontarse. Así pues, nos atontamos juntos,
empezamos a hablar de nuestros
sufrimientos y nos comprendemos muy bien. Hasta empezamos a disfrutarlo. La razón de que
nuestro entendimiento mutuo sea tan perfecto
es porque vibramos en la misma frecuencia. Ambos somos auto destructivos. Entonces yo te hago
daño y tú me haces daño: una relación perfecta en el
infierno.
¿Qué ocurre cuando cambias? Por la razón que
sea, ya no necesitas el alcohol.
Ahora te sientes bien cuando estás contigo mismo y realmente lo disfrutas. Ya has
dejado la bebida, pero tienes los mismos amigos
y todos beben.
Se embriagan, empiezan a sentirse más felices, pero tú ves claramente que su felicidad
no es real. Lo que llaman felicidad es una rebelión
en contra de su propio
dolor emocional. En esa
«felicidad» están tan heridos que se divierten causando dolor a otras personas y a sí
mismos.
Al final, te resulta
imposible encajar en ese ambiente,
y por supuesto, ellos se
enfadan contigo porque advierten que han
dejado de gustarte. «Oye, veo que me rechazas porque has dejado de beber conmigo,
porque ya no nos emborrachamos juntos.» Ahora es el momento
de hacer una elección: retroceder
o bien avanzar hacia otra frecuencia
distinta y conocer
a aquellos que acabarán por
aceptarse a sí mismos como lo estás haciendo
tú. Por fin descubres que existe otro reino de realidad, una nueva manera de relacionarse y ya no aceptas
determinados tipos de maltrato.
VIII
Sexo: el mayor demonio en el infierno
Si fuésemos capaces de sacar a los seres humanos
de la creación del universo, veríamos que toda ella -las estrellas,
la Luna, las plantas, los animales,
todas las cosas- es
perfecta tal y como es. La vida no necesita justificaciones ni juicios; sin nosotros
sigue funcionando igualmente.
Ahora bien, si incluyes a los seres humanos en la
creación, pero arrebatándoles la capacidad
de juzgar, descubrirás que somos
exactamente iguales al resto
de la naturaleza. Ni buenos ni malos ni tenemos razón ni
estamos equivocados: somos sencillamente como somos.
En el Sueño del Planeta, tenemos
la necesidad de justificarlo
todo: hacer que todo sea bueno o malo, correcto
o incorrecto, cuando,
sencillamente, las cosas
son como son y punto. Los seres humanos
acumulamos muchos conocimientos; aprendemos todas esas creencias, toda esa moral
y las reglas de nuestra familia, de la sociedad y de la religión. Basamos
la mayor parte de nuestra
conducta y de nuestros sentimientos en esos conocimientos. Creamos ángeles y demonios, y claro, el
sexo se convierte en el mayor demonio del infierno. El sexo es el mayor pecado de los seres humanos, cuando el cuerpo humano está
hecho para el sexo.
Biológicamente eres un ser sexual, y no hay más. Tu cuerpo es muy sabio. Toda la
inteligencia reside en los genes, en el ADN. El ADN no necesita comprender ni justificar las cosas; sólo sabe. El problema no reside en el sexo. El problema
reside en el modo en que
manipulamos el conocimiento y en
nuestros juicios, cuando,
en realidad, no hay nada que justificar. A la mente
le resulta muy difícil rendirse, aceptar que
es, sencillamente, como es. Tenemos
toda una serie de creencias
sobre lo que debería ser el sexo, sobre cómo deberían ser las relaciones, y esas creencias están
completamente distorsionadas.
En el infierno pagamos
un precio muy alto por un encuentro sexual,
pero el instinto es tan fuerte que, de todos modos,
lo hacemos. Entonces, sentimos
mucha culpa y mucha
vergüenza; oímos todos
los chismes sobre el sexo. «¡Oh!
¡Mira lo que está haciendo esa mujer! ¡Mira a ese
hombre!» Tenemos una definición
completa de lo que es una mujer, de lo que es un hombre, de cuál debería
ser el comportamiento sexual de una mujer y de cuál debería ser el
comportamiento sexual de un hombre. Los hombres son siempre demasiado
machos o demasiado débiles,
dependiendo de quien los juzgue. Las mujeres son siempre demasiado
delgadas o demasiado gordas. Tenemos todas esas creencias
sobre cómo debería
ser una mujer para ser considerada hermosa. Tienes que comprar
la ropa adecuada, crearte una imagen apropiada a fin de
resultar seductora y ajustarte
a esa imagen. Si no encajas en esa imagen de belleza, creces con la creencia de que careces de valor,
de que no le gustarás a nadie.
Nos creemos tantas mentiras sobre el sexo que
no lo disfrutamos. El sexo es para los
animales. El sexo es maligno.
Deberíamos avergonzarnos de tener sentimientos sexuales. Estas
reglas sobre el sexo van completamente en contra de la naturaleza y sólo son un sueño, pero nos las creemos. Tu verdadera naturaleza aflora y no encaja
con todas esas reglas. Te sientes culpable. No eres lo que deberías
ser. Eres juzgado; una víctima. Te castigas a ti mismo y no
es justo. Esto abre heridas que se infectan con veneno emocional.
La mente juega a este juego, pero al cuerpo no le importa lo que la mente crea; el cuerpo sólo siente la necesidad
sexual. En un momento determinado de nuestra vida nos resulta imposible no sentir una atracción sexual. Esto es completamente normal; no comporta ningún problema.
El cuerpo sentirá un deseo sexual cuando se excite, cuando sea tocado,
cuando sea visualmente estimulado, cuando vea la posibilidad de
sexo. El cuerpo puede sentir un deseo sexual, y unos
minutos más tarde, dejar de sentirlo. Si la estimulación cesa, el cuerpo deja
de sentir la necesidad de sexo, pero la
mente es otro cantar.
Digamos que estás casada y que recibiste
una educación católica. Tienes todas esas ideas sobre cómo debería ser
el sexo: sobre lo que es bueno o malo o correcto o incorrecto,
sobre lo que es pecado y lo que resulta aceptable. Necesitas firmar un
contrato para que el sexo sea aceptado;
si no lo haces, el sexo es pecado. Has dado tu palabra de que serás
fiel, pero un día, cuando vas por la calle, un hombre se cruza en tu camino.
Sientes una fuerte atracción; el cuerpo siente la atracción. No hay ningún problema porque no significa que vayas a emprender
una acción, sin embargo, eres incapaz de evitar ese sentimiento porque es algo
completamente normal. Cuando el
estímulo desaparece, el cuerpo lo libera, pero la mente necesita justificar
lo que siente el cuerpo.
La mente «sabe»,
y ahí reside el problema.
Tu mente sabe, tú sabes, pero ¿qué es lo que sabes? Sabes lo que crees. No importa si es bueno o malo, adecuado o
inadecuado, correcto o incorrecto. Has sido educada
para creer que eso es malo, y de inmediato, haces ese juicio. En ese
momento empieza el drama y el
conflicto.
Más adelante
piensas en ese hombre, y sólo con pensar en él, tus hormonas
vuelven a
aumentar. Dada la poderosa memoria de
la mente, es como si tu cuerpo volviese a verlo de nuevo. El cuerpo reacciona
porque la mente piensa en ello. Si
la mente dejase al cuerpo en paz, la reacción se desvanecería como si nunca
hubiese tenido lugar.
Pero la mente lo recuerda,
y como sabes que no está
bien, empiezas a juzgarte. La mente
dice que no está bien e intenta
reprimir lo que siente. Pero,
cuando tratas de reprimir tu mente, adivina qué ocurre. Piensas todavía más en ello. Entonces
vuelves a ver a ese hombre,
y aunque esta vez la situación
sea distinta, tu cuerpo reacciona con mayor fuerza.
Si la primera vez hubieses
liberado el juicio, ahora quizás al
verlo por segunda vez, no experimentarías ninguna reacción. Sin embargo, en
estos momentos, al verlo, tienes sentimientos
sexuales, juzgas esos sentimientos y piensas: «Oh, Dios mío, no está
bien. Soy una mujer terrible». Necesitas ser
castigada; eres culpable; y de este modo entras en una espiral descendente, por nada, porque todo está en la mente. Quizás ese hombre ni siquiera ha advertido tu existencia. Empiezas
a imaginarte toda la escena, haces
suposiciones y llegas a desearlo todavía
más. Entonces,
por la razón
que sea, lo conoces,
hablas con él y te resulta maravilloso. Al final se convierte en una
obsesión; es muy atractivo, pero te da miedo.
Acabas haciendo
el amor con él y es, a la vez, la mejor
y la peor experiencia que has
tenido. Ahora realmente
necesitas ser castigada.
«¿Qué clase de mujer permite que su deseo sexual sea más importante que sus principios morales?»
Quién sabe a qué
juegos va a jugar la mente. Sientes dolor,
pero intentas negar tus sentimientos; intentas justificar tus acciones
a fin de evitar el dolor emocional. «Bueno, probablemente mi marido hace lo mismo.»
La atracción cobra fuerza,
pero no es a causa del cuerpo, sino de la mente, que
está siguiendo un juego. El miedo se convierte en una obsesión, y así, el que sientes en
relación a tu atracción sexual se intensifica. De este modo, cuando haces el amor con
él, tienes una gran experiencia, pero no porque él sea maravilloso ni tampoco porque lo sea el sexo, sino porque liberas toda la tensión
y todo el miedo. Entonces,
para que vuelva a crecer de nuevo, la mente sigue creyendo
en el juego de que es así por el hombre, pero eso no es verdad.
El drama sigue creciendo
y no se trata de otra cosa que de un sencillo
juego mental. Ni siquiera es real. Tampoco es amor, porque una relación como esta se vuelve muy destructiva. Es autodestructiva porque te hieres a ti misma y lo que más te duele
es lo que crees. No importa que tus creencias
sean correctas o incorrectas, buenas o malas, estás rompiendo con ellas,
algo
deseable
cuando se hace
a la manera
del guerrero espiritual, pero no cuando se hace a la manera de la víctima. Y lo que estás haciendo es utilizar esa experiencia para adentrarte más profundamente en el infierno,
no para salir de él.
Tu mente y tu cuerpo tienen unas necesidades completamente diferentes, pero la mente controla al cuerpo. Este tiene unas necesidades que no es posible evitar:
comer,
beber,
guarecerse, dormir y satisfacerse sexualmente. Todas esas necesidades son completamente normales y muy fáciles de satisfacer.
El problema reside en que la
mente dice que esas son «sus» necesidades.
En nuestra mente creamos
una imagen dentro de
esta burbuja de ilusión. La mente
se responsabiliza de todo. Piensa que tiene necesidad
de comida, de agua, de cobijo,
de ropa y de sexo, aunque lo cierto es que no la tiene, ya que no experimenta
necesidades físicas. La mente no necesita
comida, no necesita oxígeno ni agua, ni tampoco sexo. Pero ¿cómo sabemos que esto es verdad?
Cuando tu mente dice: «Necesito
comida» y comes, el cuerpo se siente completamente satisfecho, pero no la mente, que sigue
pensando que todavía necesita más. Entonces sigues comiendo sin parar, y, aun así, no
eres capaz de que tu mente se sienta satisfecha, porque esa necesidad no es
real.
La necesidad de cubrir el cuerpo es otro ejemplo.
Sí, el cuerpo necesita ser cubierto cuando el viento es demasiado
frío o cuando el sol quema en exceso,
pero quien tiene esa necesidad es el cuerpo y es fácil satisfacerla. Por eso, cuando la necesidad
está en la mente, aunque te eches encima toneladas de ropa,
la mente seguirá necesitando más. Entonces abres el armario,
y
aunque
está lleno
de ropa, tu
mente no
se siente satisfecha, así que
dices: «No tengo nada que ponerme».
La mente necesita otro coche, otras vacaciones, una casa para invitar a tus amigos:
todas esas necesidades que no eres capaz de
satisfacer plenamente están en la mente.
Pues bien, lo mismo ocurre con el sexo. Cuando la necesidad está en la mente, no
es posible satisfacerla. Cuando la necesidad está en la mente también están ahí todo el juicio y todo el conocimiento, lo que hace muy
difícil hacerle frente al sexo. La mente no necesita sexo. Lo que realmente necesita es
amor, no sexo. Más que la mente, es tu
alma la que necesita amor, porque tu mente es capaz
de sobrevivir con el miedo. El
miedo también es energía y alimento para la mente: no exactamente el alimento que deseas, pero funciona.
Necesitamos liberar al cuerpo de la tiranía de la mente, ya que cuando ésta deja de
necesitar comida y sexo, todo resulta muy fácil. Para ello, el primer paso que hay que
dar es dividir las necesidades en dos categorías: en las necesidades que tiene el cuerpo,
y en las necesidades que tiene la mente.
La mente confunde las necesidades del cuerpo con las suyas porque necesita saber:
«¿Quién soy yo?». Vivimos en un mundo de
ilusión y no tenemos la menor idea de qué somos. Por lo tanto,
la
mente
elabora
todas estas preguntas. «¿Qué soy yo?»
se
convierte en el mayor misterio y cualquier respuesta satisface
la necesidad de sentirse a salvo. La mente dice: «Yo soy el cuerpo. Yo soy lo que veo; yo soy lo que pienso; yo soy lo que siento; siento dolor; estoy sangrando».
La afinidad
entre la mente y el cuerpo es tan grande
que la mente se cree el
siguiente postulado: «Yo soy el cuerpo». El cuerpo tiene una necesidad
y la mente dice:
«Yo necesito». La mente se toma como algo personal todo lo que tiene relación con el
cuerpo porque intenta comprender «¿Qué soy yo?». Por eso resulta completamente
normal que, en un momento
determinado, la mente empiece a ganar control
sobre el
cuerpo. Y vives tu vida de esta manera hasta que sucede algo que te conmociona y te permite ver lo que no eres.
Sólo empiezas a cobrar conciencia cuando ves lo que no
eres, cuando tu mente empieza a comprender que no es el cuerpo.
Cuando se dice a sí misma: «Entonces,
¿qué soy yo? ¿Soy la mano? Si me corto la mano, todavía sigo siendo yo. Entonces, no soy la mano».
Eliminas lo que no eres hasta que, al final, lo único que queda es lo que
realmente eres. La mente atraviesa un largo
proceso hasta descubrir
su propia identidad. En ese proceso
liberas tu historia
personal, lo que te hace sentir seguro, hasta que finalmente comprendes
lo que en verdad eres.
Descubres que no eres lo que crees que eres porque nunca escogiste tus creencias,
que estaban ahí cuando naciste.
Descubres que tampoco eres el
cuerpo, porque empiezas a funcionar
sin él. Empiezas a advertir
que no eres el sueño, que no
eres la mente. Y si profundizas más, te llegas a dar cuenta de que tampoco eres el alma. Entonces, lo que descubres
resulta verdaderamente
increíble. Descubres que lo que eres
es una fuerza: una fuerza que le permite a
tu cuerpo vivir, una fuerza que permite que tu mente sueñe.
Sin ti, sin esa fuerza, tu cuerpo se derrumbaría. Sin ti, todo tu sueño se disolvería
hasta convertirse en nada. Lo que realmente
eres es esa fuerza que es la Vida. Y si
miras a los ojos de alguien que esté
cerca de ti descubrirás esa conciencia propia, la manifestación de la Vida que brilla en ellos. La vida no
es el cuerpo, no es la mente, no es el alma. Es una fuerza, y por medio de esta fuerza un recién nacido se convierte
en un niño, en un adolescente, en un adulto;
se reproduce y envejece.
Cuando la Vida abandona el cuerpo,
este se descompone y se convierte en polvo.
Eres Vida que atraviesa tu cuerpo, que atraviesa tu mente, que atraviesa tu alma. Y
una vez que descubres esto, no con la lógica,
no con el intelecto, sino
porque la sientes, descubres que eres la fuerza que hace que se abran y se cierren las flores, que hace que
el colibrí vuele de una flor a otra, que estás en cada árbol, en
cada animal, en cada vegetal y en cada roca. Eres esa fuerza que mueve el viento y que respira a través de tu cuerpo. Todo el universo es un ser viviente
movido por esa fuerza,
y eso es lo que tú
eres. Eres vida.
IX
La cazadora divina
En la mitología
griega existe una historia
sobre Artemisa, la cazadora divina. Artemisa
era la cazadora suprema porque podía cazar sin tener que esforzarse demasiado. Satisfacía sus necesidades con gran facilidad y vivía en perfecta armonía
con el bosque. Era amada por todos los animales, y ser cazado por ella se consideraba un honor. Nunca daba la impresión
de estar cazando; todo lo que necesitaba se le
acercaba y eso es lo que la convertía en la mejor
cazadora, pero, a la vez, también, en la presa
más difícil. Su forma animal era la de
un ciervo mágico al que resultaba casi imposible cazar.
Y así vivió Artemisa en perfecta armonía
con el bosque, hasta que, un día, el rey le dio una orden a Hércules, el hijo de Zeus, que iba
en busca de su propia trascendencia. Le ordenó que cazara
al ciervo mágico de Artemisa.
Hércules, invicto hijo de Zeus, no se negó, y se adentró en el bosque para cumplir su misión. El ciervo, cuando
vio a Hércules, no se asustó, e incluso le permitió
acercarse. Sin embargo, al ver que éste se
disponía a capturarlo, se alejó corriendo, poniendo claramente de manifiesto que a
menos que sus dotes de cazador fuesen mejores
que las de Artemisa, jamás podría cazarlo.
Ante esta situación, Hércules recurrió a Hermes, el mensajero de los dioses por ser
el más rápido, para que le prestase
sus alas, lo que le permitió
ser más rápido que Hermes, y cazar la presa más valiosa. Ya te puedes imaginar la reacción de Artemisa. Había sido cazada por Hércules,
y por supuesto, quiso vengarse. No
obstante, aunque hizo todo lo que pudo para capturar
a Hércules, éste se había convertido en la presa más
difícil. Hércules gozaba de plena libertad y, aunque Artemisa no cejó
en su intento, no fue capaz de conseguir atraparlo.
A todo esto, Artemisa no necesitaba a Hércules para
nada. Sentía una imperiosa necesidad de capturarlo, pero no se trataba de nada más que de una ilusión. Creía que
estaba enamorada de él y lo quería para ella sola, de manera que lo único que
tenía en la mente era conseguirlo, y esto llegó a convertirse en una obsesión que la llevó a perder
la felicidad. Empezó a cambiar. Dejó de estar en armonía con el bosque, y se puso a
cazar sólo por el placer de conseguir
una presa. Y así rompió sus
propias reglas y se convirtió en una predadora. Ahora los animales
le tenían miedo y el bosque empezó a rechazarla; sin embargo, a ella
no le importó. No era capaz de ver la verdad; Hércules era lo único que ocupaba
su mente.
Había muchos trabajos
que requerían la atención de Hércules, pero aun así, en ocasiones iba al bosque a fin de visitar a Artemisa. Y cada vez que acudía,
ella hacía todo lo que estaba
en sus manos para cazarlo. Cuando
estaba con Hércules, se sentía desbordada de felicidad
por estar a su lado, aunque
sabía que él se marcharía, lo que la hacía sentirse celosa
y posesiva. Cada vez que Hércules se marchaba, ella sufría y lloraba.
Lo odiaba
y lo
amaba al mismo tiempo.
Hércules no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo en la mente de Artemisa;
no advirtió que pretendía cazarlo. En su mente, él no se consideró nunca
una presa. Amaba y respetaba a Artemisa, pero no era eso lo que ella
deseaba. Quería poseerlo; quería
cazarlo y ser su predadora. Por supuesto, en el bosque todos advirtieron
el cambio que había experimentado
Artemisa, excepto ella. En su mente seguía considerándose
la cazadora divina. No había cobrado conciencia de que había fallado. No era consciente de que el bosque, que antes había
sido el cielo, ahora se había convertido en un infierno,
porque, tras su caída, el resto de los cazadores cayeron con ella y todos
se convirtieron en predadores.
Un día, Hermes adoptó una forma animal,
y en el mismo instante en que
ella se disponía a destrozarlo, se convirtió en un Dios, lo que le permitió descubrir
de nuevo la sabiduría
que había perdido.
Hermes le explicó que había fallado, y con esta nueva conciencia, Artemisa se
acercó a Hércules y
solicitó su
perdón. Lo que había provocado su caída no había sido
nada más que su importancia personal.
Al hablar con Hércules comprendió que no había llegado a ofenderlo nunca porque él desconocía lo que había estado sucediendo en su mente. Entonces, contempló el bosque y vio lo que le había hecho. Pidió disculpas
a cada flor y a cada animal hasta que recobró el amor, y así se convirtió, de nuevo, en la
cazadora divina.
Te explico esta historia para que sepas que
todos somos cazadores y todos somos presas. Todo lo que existe es, a la vez, cazador
y presa. ¿Por qué cazamos?
Cazamos a fin de satisfacer
nuestras necesidades. He hablado
de las necesidades del cuerpo
en oposición a las necesidades de la mente. Cuando
esta cree que es el cuerpo, las necesidades no
son más que ilusiones y por eso
es imposible satisfacerlas. Cuando intentamos cazar esas necesidades irreales de la mente, nos convertimos en predadores: intentamos
atrapar algo que no necesitamos.
Los seres humanos persiguen el amor. Sentimos que necesitamos ese amor
porque creemos que no tenemos amor, y eso nos
pasa porque no nos amamos a nosotros mismos. Vamos en busca
del
amor
en
otros seres humanos
como nosotros y esperamos
recibirlo de ellos cuando, de hecho,
esos seres humanos se encuentran en la
misma situación que nosotros. Tampoco
se aman a sí mismos, de modo que, ¿cuánto amor podemos recibir de ellos? Por lo tanto, lo
único que hacemos es crear una mayor necesidad que no
es real; seguimos buscando afanosamente, pero en el lugar
equivocado, porque los demás seres humanos
no tienen el amor que nosotros
necesitamos.
Cuando Artemisa fue consciente de su caída, volvió a ser quien había sido porque
todo lo que necesitaba estaba en su interior. Y lo mismo vale para
todos nosotros, ya que todos somos como Artemisa tras su caída
y antes de su redención. Buscamos afanosamente el amor. Perseguimos la justicia y la felicidad. Perseguimos a Dios, pero Dios está en nuestro
interior.
La caza del ciervo mágico
te enseña que tienes que buscar en
tu interior. Es una gran historia que merece la pena recordar.
Si no te olvidas de Artemisa,
siempre encontrarás amor en tu interior.
Los seres humanos que se persiguen afanosamente unos a otros en busca de amor nunca
se sentirán satisfechos; nunca encontrarán el amor que necesitan en otros seres humanos. La mente siente la
necesidad, pero no es posible
satisfacerla porque no está ahí. Nunca está ahí.
El amor que necesitamos buscar es el que reside en nuestro interior, pero ese amor
es difícil de apresar. Resulta muy difícil acechar
en tu interior y conseguir el amor
que hay en ti. Tienes que ser muy rápido, tan rápido como Hermes, porque cualquier cosa
puede distraerte y apartarte de tu objetivo.
Cualquier cosa que capte tu atención te distraerá y obstaculizará la consecución de tu
objetivo, que es conseguir la presa que reside en tu interior: el
amor. Si eres capaz de capturar la presa, verás que el amor crecerá con fuerza en tu interior
y que satisfará tus necesidades. Esto es de vital
importancia para tu felicidad.
Por lo general,
los seres humanos
inician una relación como si fuesen a
cazar. Buscan lo que creen que necesitan y esperan
encontrarlo en otra persona, para después
descubrir que no está ahí. Por eso, cuando se inicia
una relación sin esta necesidad, es otro asunto.
¿Cómo cazar en tu interior? Para capturar el amor que está en tu interior tienes que
entregarte a ti mismo como el cazador
y su presa. Dentro de tu mente existe un cazador y también una presa.
¿Quién es el cazador y quién es
la presa? En la gente corriente, el cazador
es el Parásito. El Parásito lo sabe todo de ti y
lo que quiere son las emociones que provienen
del miedo. El Parásito es un comedor de basura. Adora el
miedo y la desdicha; adora el enfado, los celos y la envidia; adora
cualquier emoción capaz de hacerte sufrir. El Parásito quiere desquitarse y
quiere tener el control.
El método
que adopta el Parásito para que te
maltrates a ti mismo es el acoso continuo durante veinticuatro horas al día; te
persigue constantemente. De este modo nos
convertimos en la presa del Parásito, una presa
muy fácil. El Parásito es quien te maltrata. Es más que un cazador; es un predador y te está comiendo vivo. La presa, el
cuerpo emocional, es esa parte de nosotros
que sufre y sufre sin cesar; es la parte de nosotros que quiere ser
redimida.
En la mitología
griega, también encontramos
la historia de Prometeo que, encadenado a una roca, contemplaba día tras
día cómo un águila le devoraba las entrañas.
Pero ¿cuál es el significado de esta historia? Cuando Prometeo está despierto,
tiene un cuerpo físico y emocional. El águila es el Parásito
que se come sus entrañas. Por la noche, no tiene cuerpo emocional y se recupera.
Vuelve a nacer para
convertirse en el alimento
del águila hasta que Hércules llega para liberarlo. Hércules, al
igual que Cristo, Buda o Moisés,
rompe la cadena del sufrimiento y le
concede la libertad.
A fin de buscar en tu interior
es necesario que empieces a
acechar todas las reacciones que tienes.
Cambia un hábito de una vez. Es una guerra para liberarte del
sueño que controla tu vida. Es una guerra entre el predador y tú, en la que la verdad está situada entre los dos. En todas las tradiciones del oeste, desde Canadá hasta Argentina, nos denominamos guerreros
porque el guerrero
es el cazador que se acecha
a sí mismo. Se trata de una gran guerra, porque es una guerra contra el
Parásito. Que seas un guerrero
no significa que ganes la guerra, pero al menos te rebelas y dejas de aceptar que el Parásito
te devore vivo.
Convertirte en cazador
es el primer paso. Cuando
Hércules acudió al bosque
en busca de Artemisa, vio que no tenía posibilidades de capturar al ciervo. Entonces
se fue a ver a Hermes,
el supremo maestro, y aprendió a ser un cazador más
hábil. Necesitaba ser mejor que Artemisa
a fin de darle caza. Para cazarte a ti mismo también
necesitas ser mejor
cazador que el Parásito.
Si el Parásito
trabaja veinticuatro horas al día, tú también
tienes que trabajar veinticuatro horas al día. Pero el Parásito tiene una ventaja: te conoce muy bien. Te
resulta imposible esconderte de él. El Parásito es la presa más difícil. Es la
parte de ti que intenta justificar tu conducta delante de los demás, pero cuando estás
solo, se convierte en el peor juez. Siempre está juzgando, culpando
y haciéndote sentir culpable.
En una relación normal
en el infierno, el Parásito
de tu pareja se alía con tu Parásito en contra de tu verdadero
yo. Tienes en tu contra no sólo a tu propio Parásito,
sino también al Parásito de tu pareja, que se une al tuyo para hacer que el sufrimiento
sea eterno. Ahora bien, si eres consciente de esto, podrás establecer un cambio. Podrás
tener una mayor
compasión hacia tu
pareja y permitirle
enfrentarse a su
propio Parásito. Te sentirás
feliz cada vez que ella dé un nuevo paso hacia la libertad, y serás
consciente de que, cuando esté disgustada, entristecida o celosa, no estás tratando
con la persona que amas sino con el Parásito que está poseyéndola en ese
momento.
Cuando sabes que el Parásito está ahí y comprendes qué es lo que le está
sucediendo a tu pareja, eres capaz de ofrecerle el espacio necesario
para que se enfrente a él. Y dado que tú sólo eres responsable de tu
mitad de la relación, le permitirás a ella que
se ocupe de su propio sueño personal. De ese modo te resultará más fácil no tomarte
como algo personal
lo que tu pareja haga. Esto será de gran
ayuda para la relación, porque
no te tomarás
a mal nada
de lo que haga tu pareja. Ella estará
despachando su propia basura, y si tú no te lo
tomas como un asunto personal, te resultará muy fácil mantener una relación
maravillosa con ella.
X
Ver con los ojos del amor
Si observas tu cuerpo descubrirás billones
de seres vivos que dependen de ti. Cada célula es un ser vivo que depende de ti, y eres responsable de todos, ya que para ellos, tus células, tú eres Dios. Les proporcionas lo que necesitan; puedes amarlos
o bien ser mezquino con ellos.
Las células de tu cuerpo te son totalmente leales; trabajan para mantener
tu
armonía. Hasta se puede decir que rezan por ti. Tú eres su Dios. Esa es la verdad absoluta. Y ahora que
sabes esto, ¿qué vas a hacer?
Y no lo olvides,
todo el bosque estaba en perfecta armonía
con Artemisa, hasta que ésta cayó y perdió el respeto por él. Entonces,
cuando recobró su conciencia, fue de flor en flor diciendo:
«Lo siento; ahora volveré
a ocuparme de ti». Y la relación entre
Artemisa y el bosque
volvió a ser, de nuevo, una relación de amor.
El bosque es tu cuerpo y bastará con que reconozcas esta verdad para decirle: «Lo
siento; ahora volveré a ocuparme
de ti». La relación entre
tu cuerpo y tú, entre
tú y todas esas células vivas que dependen de ti, puede
convertirse en la relación más
bella. Tu cuerpo y todas esas células vivas
son perfectas en su mitad de la relación, del mismo modo que el perro es perfecto en su mitad.
La otra mitad es tu mente. Tu cuerpo se
ocupa de su mitad de la relación,
pero la mente es la que abusa del cuerpo y lo trata
con tanta mezquindad.
Piensa únicamente en cómo tratas a tu gato o a
tu perro. Si eres capaz de tratar a tu cuerpo de la misma
manera, verás que todo esto sólo es una cuestión de amor. Tu cuerpo está dispuesto
a recibir todo el amor de la mente, pero
la mente dice: «No, no me gusta esta parte de mi cuerpo.
Mira que nariz
tengo; no me gusta mi nariz. Mis orejas son demasiado grandes. Mi cuerpo está demasiado gordo. Mis piernas son demasiado cortas». La mente es capaz
de imaginar todo tipo de cosas sobre el cuerpo.
Tu cuerpo es perfecto tal y como es, pero todos
nosotros tenemos esos falsos conceptos sobre
lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, bonito y feo. El
problema reside en que, aunque sólo se trate de unos conceptos, nos los
creemos. Con esa imagen de perfección
en la mente, esperamos que nuestro cuerpo tenga una
determinada apariencia, que se comporte
de un modo concreto. Rechazamos nuestro propio cuerpo, cuando el cuerpo nos es totalmente
leal. Y aun cuando no es capaz de hacer algo, debido a sus propias limitaciones, nosotros lo empujamos, y al menos,
lo intenta.
Mira lo que haces con tu cuerpo. Si tú lo rechazas, ¿qué pueden esperar
de ti los demás? Si lo aceptas, serás capaz de aceptar
prácticamente a todo el mundo, todas las cosas. Esta es una cuestión de suma importancia cuando se aborda el tema del arte de las relaciones. La relación que tienes contigo
mismo se refleja en las relaciones con los demás. Si rechazas tu propio cuerpo,
cuando compartes tu amor con tu pareja,
te sientes tímido. Piensas:
«Mira mi cuerpo. ¿Cómo puede
amarme con un cuerpo como éste?».
Entonces te rechazas a ti mismo y supones
que la otra persona te rechazará exactamente por la misma razón. Y cuando rechazas a otra persona, la rechazas por
las mismas razones por las que te rechazas a ti mismo.
Para crear una relación
capaz de conducirte hasta el
cielo, tienes que aceptar
totalmente tu cuerpo. Tienes que amarlo y permitirle
ser libre para ser,
libre para dar, libre para
recibir, sin timidez, porque la «timidez» no es otra cosa que miedo.
Piensa en cómo ves a tu perro. Lo miras con amor y disfrutas de su belleza. Que el
perro sea bonito o feo no importa en absoluto. Eres capaz
de extasiarte sólo con mirar la belleza
de ese perro, porque no te preocupa
poseer esa belleza.
La belleza es sólo un concepto que hemos aprendido.
¿Crees que las tortugas o las ranas son feas? Miras una
rana y ves que es preciosa, magnífica. Miras una tortuga
y es preciosa. Todo lo que existe es magnífico, todo. Pero
piensas: «Oh, eso sí que es feo», porque alguien te
hizo creer en su día que
había cosas bonitas y cosas feas, del mismo modo que alguien te hizo
creer que hay cosas buenas y
cosas malas.
No existe el menor problema
en ser guapo o feo, bajo o alto, delgado
o grueso. No existe el menor problema en ser magnífico. Si al cruzarte con un grupo de gente alguien te dice: «Oh, eres muy guapo»,
puedes decirle: «Gracias, lo sé», y seguir tu camino. Eso no cambia las cosas para ti. Pero si no
crees que eres guapo y alguien
te dice que lo eres, entonces eso sí que te afectará. Dirás: «¿De verdad lo soy?». Esta opinión te impresionará, claro, y te convertirá en una presa fácil.
Crees que necesitas esta opinión porque piensas que no eres guapo. ¿Te acuerdas de la historia de la cocina mágica? Si tienes toda
la comida que necesitas y alguien te pide que le dejes controlarte a cambio
de comida, le dirás: «No, gracias».
Si deseas ser guapo, pero no crees serlo y alguien
te dice: «Te diré siempre lo guapo que eres si me
permites controlarte», tú le responderás: «Oh, sí, por favor, dime que
soy guapo». Y permitirás que eso suceda porque crees que necesitas esa opinión.
Lo que verdaderamente importa no son las opiniones que provienen de los demás,
sino tus propias opiniones. Eres guapo independientemente de lo que diga la
mente. Eso es un hecho. No tienes que hacer nada
porque ya tienes toda la belleza que necesitas. Ser guapo no te obliga a nada con nadie. Los demás son libres
de ver lo que quieran. Mientras tú seas consciente de tu propia belleza y la aceptes,
la opinión y los juicios de los demás sobre si eres
guapo o no, no te afectarán en absoluto.
Quizá creciste creyendo
que no eras atractivo y envidias la belleza en otras
personas. Entonces, a fin de justificar esa envidia, te dices a ti mismo: «No
quiero ser guapo». Quizás hasta
te asuste serlo. Este
miedo puede tener
muchos orígenes distintos, y no es el mismo para todas las personas, pero a menudo
suele ser el miedo a tu propio poder. Las mujeres que son guapas tienen un poder sobre los hombres,
y no sólo sobre los hombres,
sino también sobre las mujeres.
Es probable que otras mujeres
que no sean tan guapas como tú te envidien porque atraes la atención
de los hombres. Si te vistes de una manera especial
y los hombres enloquecen al verte,
¿qué dirán sobre ti las mujeres?: «Oh, es una
pelandusca». Acabas teniendo miedo a
todos estos juicios que la gente hace sobre
ti. Esto, de nuevo, no son más que falsos conceptos, se trata de falsas creencias
que abren heridas en el cuerpo
emocional. Y después, claro está, tenemos que cubrir esas heridas emocionales
con el sistema de negaciones.
La envidia también es una creencia
que puede ser fácilmente desmontada por la conciencia.
Puedes aprender a enfrentarte
a la envidia de otras mujeres o de otros hombres
porque la verdad es que la belleza está en todos. La única diferencia entre la belleza de una
persona y la belleza de otra estriba
en el concepto de belleza que la gente tiene.
La belleza no es nada más que un concepto, nada más que una creencia, pero
si crees en ese concepto de belleza, basarás todo tu poder en ella.
El tiempo pasa y compruebas que envejeces.
Según tu punto de vista, tal vez no seas tan bella como eras
antes, y aparezca
una mujer más joven que, ahora,
es la más bella. Como creemos que nuestra belleza es nuestro
poder, pensamos que, a fin de conservar
ese poder, ha llegado el momento de la cirugía
estética. Nuestro propio envejecimiento empieza
a herirnos. «Oh, Dios mío, mi belleza está desapareciendo. ¿Me seguirá amando
mi pareja si pierdo mi atractivo? Ahora
se fijará en mujeres más atractivas que yo.»
Nos resistimos a envejecer; creemos que porque una mujer sea vieja ya no es bella. Esta creencia es totalmente errónea. Un recién nacido es bello. También una persona mayor es bella. El
problema reside en la emoción que
está tras nuestros ojos cuando percibimos qué es bello y qué no lo es. Tenemos todos esos juicios,
todos esos programas que limitan nuestra
propia felicidad, que nos empujan
a rechazarnos a nosotros
mismos y a rechazar a otras personas.
¿Eres capaz de ver de qué modo representamos
ese drama, de qué modo nos
preparamos para fracasar con todas esas
creencias?
Envejecer es algo bello, del mismo modo que crecer es bello. Crecemos y nos
transformamos de niños en adolescentes y
después en hombres o en mujeres jóvenes. Es bello. Convertirse en un hombre o
una mujer mayor también es bello. En la vida de los seres humanos existen unos años determinados
en los que nos reproducimos activamente. Es probable que, durante esos años,
queramos resultar sexualmente atractivos, porque la naturaleza nos hace de esa manera. Desde ese punto de vista, cuando somos mayores, ya no tenemos
la necesidad de ser sexualmente atractivos, pero eso no significa que no seamos bellos.
Eres lo que crees que eres. No hay nada
que hacer salvo ser lo que eres. Tienes derecho a sentirte bello y a disfrutar de ese sentimiento. Es posible honrar tu cuerpo y aceptarlo tal como es. No necesitas
que
te quiera alguien para hacerlo.
El
amor
proviene de nuestro interior. Vive en nuestro interior y siempre está ahí, pero con ese muro de niebla, no lo sentimos.
Sólo percibes la belleza que
reside fuera de ti cuando sientes la
belleza que reside en tu interior.
Tienes una creencia
sobre lo que es bello y lo que es
feo, así que si no te gustas a
ti mismo, cambia tu creencia, y entonces tu vida cambiará.
Parece muy sencillo,
pero no lo es. Quienquiera que controle la creencia,
controla el sueño. Y cuando, finalmente, el soñador controla el sueño, el sueño
se convierte en una obra de arte.
Puedes empezar por hacer una puja diaria para
tu cuerpo. En India la gente hace pujas, o rituales,
para los diferentes dioses o diosas.
En la puja se hace una reverencia al ídolo,
se colocan flores cerca de él y se
le ofrecen alimentos con todo el amor, porque esas estatuas representan a Dios. Tienes la posibilidad de ofrecerle a tu propio cuerpo un
amor devoto diario.
Cuando te duches, cuando te
bañes, trátalo con todo tu
amor, con honor, con gratitud, con respeto. Cuando comas, toma un bocado, cierra los ojos y
disfruta de la comida. Esa comida es una ofrenda al propio cuerpo, al templo
en el que reside Dios. Si lo haces así cada día, sentirás
que el amor hacia tu cuerpo se vuelve tan fuerte que nunca más te rechazarás.
Sólo imagínate
cómo te sentirás el día que sientas adoración por tu propio cuerpo.
Cuando te aceptes tal y como eres, te sentirás
muy a gusto con tu cuerpo y serás muy feliz.
Entonces, cuando te relaciones con otra
persona, el límite del maltrato hacia
ti mismo será prácticamente nulo. Esto es el amor hacia uno mismo. No se trata de una cuestión de importancia personal,
porque tratas a los demás con el
mismo amor, el mismo honor, el mismo respeto y la misma gratitud que utilizas
contigo mismo. ¿Eres capaz de ver la perfección en una relación
como esta? Se trata de honrar al Dios que reside en el interior de cada
uno.
Cuando te impones el objetivo de crear una relación perfecta entre tu cuerpo y tú, aprendes a tener una
relación perfecta con cualquier
persona, incluso con tu madre, tus
amigos, tu amante, tus hijos o tu perro. Y desde el momento que estableces una relación perfecta entre tu cuerpo y tú, la mitad de cualquier relación exterior a ti está
completamente satisfecha. El éxito de tu relación ya no depende del exterior.
Cuando haces una puja con tu propio cuerpo, cuando
sabes que sientes devoción por tu cuerpo y tocas el de tu amante, lo haces con la misma devoción, el mismo
amor, el mismo honor y la misma gratitud.
Y, cuando tu amante
te toca a ti, tu cuerpo está completamente abierto; no hay
miedo, no hay necesidad: está lleno de amor.
Imagínate todas las posibilidades que se derivan
de compartir tu amor de esta manera. Ni siquiera necesitas
tocar. Te bastará con mirar a los ojos de la otra persona para satisfacer las necesidades del alma. El cuerpo ya
se siente satisfecho porque tiene todo tu amor. Nunca más estarás solo porque te satisfarás a ti mismo con
tu propio amor.
No importa hacia dónde
dirijas tu mirada, porque te sentirás
colmado de amor, pero ese amor no provendrá de otros seres humanos. Es posible mirar un árbol y sentir todo el amor que proviene de él. Mirar el cielo y sentir que satisface la necesidad de amor
que tiene tu mente. Verás a Dios en todas partes y ya no será
únicamente una cuestión
teórica. Dios está en todas partes. La vida está en todas partes.
Todo está hecho de amor,
de vida. Incluso el miedo es un
reflejo del amor, pero el miedo existe en la mente, y
en los seres humanos, y controla la
mente. Después, lo interpretamos todo según lo que tenemos
en la mente. Si tenemos miedo, todo lo que percibimos lo analizaremos con miedo. Si estamos enfadados,
todo lo que percibimos lo analizaremos con enfado. Nuestras
emociones actúan como un filtro
a través del cual vemos el resto del mundo.
Podría decirse
que los ojos son una expresión
de tus sentimientos. Percibes el sueño
externo según los ojos con que lo miras. Cuando
estás enfadado, ves el mundo a
través de los ojos del enfado. Si lo miras con los ojos llenos de celos, tus
reacciones serán diferentes, porque verás el mundo a través de los celos.
Cuando lo haces con ojos llenos de enfado, como ya he dicho antes, todo te molestará. Si ves el mundo a través
de los ojos de la tristeza, llorarás
porque llueve, porque hay demasiado
ruido, por cualquier cosa. La lluvia es lluvia. No hay nada que
interpretar ni que juzgar, pero tú la verás
conforme a tu cuerpo emocional. Como estás triste, mirarás con ojos de tristeza y todo lo que
percibas te resultará triste.
Pero si miras con los ojos
del amor, dondequiera que vayas sólo verás amor. Los árboles están hechos con amor. Los animales están hechos con amor. El agua está hecha con amor. Cuando percibes las
cosas con los ojos del amor, puedes conectar tu voluntad con la voluntad de otro soñador,
y entonces, el sueño se convierte en un solo sueño. Cuando percibes con amor te conviertes en uno con los pájaros, con la naturaleza, con una persona,
con todo. Sólo así serás capaz de ver con los ojos del
águila o experimentar la transformación a cualquier otro
tipo de vida. Con tu amor te conectas con el águila y te conviertes en sus alas o en lluvia
o en nubes. Ahora bien, para conseguir esto, necesitas eliminar todo el miedo de tu mente y percibir
con los ojos del amor. Tienes que desarrollar tu voluntad hasta que
se haga tan fuerte que sea capaz de captar la otra voluntad
y convertirse en una sola, ya que haciéndolo así, tendrás alas para volar. O, si eres el viento, serás
capaz de ir de aquí para allá, harás que desaparezcan las nubes y que brille el
sol. Este es el poder del amor.
Cuando satisfacemos las necesidades de nuestra mente
y de nuestro cuerpo, los ojos
ven con amor. Vemos a Dios en todas partes. Incluso vemos a Dios detrás
del Parásito de otras personas. En el interior de cada ser humano se encuentra la Tierra Prometida que Moisés ofreció
a su pueblo. Esta tierra prometida se halla en el reino de la mente humana,
pero sólo en la mente que es fértil para el amor, porque es ahí donde
reside Dios. Si observas la mente humana corriente, verás que también
es una tierra fértil, pero para el Parásito
que hace crecer las semillas
de la envidia, del enfado, de los celos y del miedo.
En la tradición cristiana
se dice que después de que el arcángel san Gabriel anuncie
la Resurrección con su trompeta,
los muertos saldrán de la
tumba para vivir la vida eterna. Esa tumba es el Parásito
y la resurrección es el retorno
a la Vida, porque únicamente estás vivo cuando tus ojos son capaces de ver la Vida,
que es el Amor.
Es posible tener una relación que satisfaga tu sueño del cielo; es posible crear un
paraíso, pero tienes que empezar por ti mismo. Empieza
por aceptar totalmente tu cuerpo. Persigue afanosamente al Parásito y consigue su rendición. Cuando lo
hagas, la mente amará al cuerpo y dejará de sabotear
al amor. No depende de nadie más que de ti. Pero, en primer lugar, debes
aprender a sanar tu cuerpo emocional.
XI
Sanar el cuerpo emocional
Imaginemos de nuevo que padecemos una enfermedad en la piel y que nuestras
heridas están infectadas. Como queremos
que la piel se nos cure,
acudiremos a un médico, y éste utilizará un escalpelo para abrir
las
heridas.
Después
las
limpiará,
aplicará
un
medicamento
y
las
mantendrá
limpias
hasta
que
se
curen
y
dejen
de
provocarnos dolor.
Pues bien, para sanar el cuerpo emocional procederemos del mismo modo. Abrir y
limpiar las heridas, aplicar algún medicamento y mantenerlas limpias hasta que se
curen. Pero ¿cómo
las abriremos? Utilizando la verdad como si se tratase de un
escalpelo. Hace dos mil años uno de los grandes maestros dijo: «Y conocerás la verdad
y la verdad te hará libre».
La verdad es como un escalpelo porque produce dolor
al abrir las heridas y descubrir todas las mentiras. Las
heridas de nuestro cuerpo emocional están cubiertas por el sistema
de negación, el sistema
de mentiras que hemos creado a fin de
protegerlas. Ahora bien, sólo cuando miremos
nuestras heridas con los ojos de la verdad, seremos finalmente capaces de
sanarlas.
Empieza a practicar la verdad contigo
mismo. Cuando eres sincero contigo mismo, comienzas a ver las cosas como son y no como quieres que sean. Utilicemos un ejemplo que tiene una gran carga emocional: la violación.
Digamos que alguien
te violó hace diez años;
es cierto que fuiste objeto de esa violación.
Pero, ahora mismo, ya no es cierto.
Fue un sueño, y en ese sueño, alguien abusó violentamente de ti. No lo buscaste tú. No se trató de nada personal. Por la razón que fuera, te
ocurrió a ti, igual que podría haberle ocurrido a cualquier persona. Pero ¿vas a condenarte a sufrir
sexualmente el resto de tu vida por haber sido objeto de una violación?
No es el violador el que te condena
a hacer eso. Tú eres la víctima,
y si te juzgas a ti misma y te declaras culpable,
¿cuántos años te castigarás a ti misma sin
disfrutar de una de las cosas más maravillosas del mundo? En ocasiones, una
violación puede destrozar la sexualidad para el resto
de la vida. ¿Dónde está la justicia?
Tú no eres el violador, de modo que ¿por qué tienes que sufrir el resto de tu vida por algo que
no hiciste? No eres culpable de que te violaran, pero el Juez que reside en tu
mente puede hacerte sufrir y vivir avergonzada durante muchos años.
Por supuesto, esta injusticia
creará una profunda herida emocional infectada
de veneno que bien podría
necesitar unos cuantos años de
terapia antes de ser liberado. Sí, es verdad que fuiste objeto de una violación,
pero ya no es verdad que debas sufrir esa experiencia. Es una elección.
Este es el primer
paso cuando se utiliza la verdad como si fuese
un escalpelo: descubres que, ahora, en este mismo momento, la injusticia que originó
la herida ya no
es verdad. Quizá descubras que, lo que creíste que te había
herido tan profundamente, nunca fue verdad.
Y aun en el caso de que sí lo fuese, eso
no significa que ahora lo continúe siendo. Cuando utilizas la verdad, abres
la herida y ves la injusticia desde una nueva
perspectiva.
En este mundo, la verdad es relativa; cambia sin cesar porque vivimos
en un mundo de ilusiones. Lo que es verdad en este mismo instante no tiene por qué serlo
más adelante. Y después, podría volver a serlo. En el infierno, la
verdad también podría ser otro concepto,
otra mentira capaz de ser utilizada en tu contra.
Nuestro sistema de
negación es tan fuerte y poderoso que se
convierte en algo muy complicado. Hay verdades que están ahí para tapar mentiras,
y, a la vez, también
hay mentiras que tapan
la verdad. Es como pelar una cebolla,
la verdad se revela poco a poco hasta que, al
final, abres los ojos y descubres que todas
las personas que te rodean, incluido tú mismo, mienten constantemente.
En este mundo de ilusión,
casi todas las cosas
son mentira. Esa es la razón
por la que les pido a mis aprendices que sigan las tres reglas para descubrir la verdad.
La primera es: No me creas.
No tienes que creerme, sino pensar y hacer elecciones. Cuando te digo algo, cree en lo que tú quieras
creer, pero sólo si tiene sentido para ti,
si te hace feliz. Si te conduce hacia tu despertar, entonces haz esa elección
y cree en ella. Soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de lo que tú comprendas. Vivimos en un sueño completamente diferente.
Aunque lo que yo digo sea absolutamente cierto
para mí, no significa que tenga que serlo para ti. La primera regla resulta muy
sencilla: No me creas.
La segunda regla es más difícil: No te creas a ti mismo. No te
creas todas las mentiras que te dices: todas esas mentiras que
tú nunca escogiste, pero que fuiste
programado para creer. No te creas a ti mismo cuando te dices que no eres
lo bastante bueno ni lo bastante fuerte ni lo bastante inteligente. No te creas tus propias limitaciones y dificultades. No te creas que no eres digno de amor o de felicidad.
No te creas que no eres bello. No te creas ninguna
cosa que te haga sufrir. No creas en tu desdicha. No creas en tu propio Juez o en tu propia Víctima. No te creas la voz interior que te dice que eres un estúpido, que te dice que te suicides.
No te la creas porque no
es verdad. Abre tus oídos, abre tu
corazón y escucha. Cuando oigas que tu corazón te conduce hacia la felicidad, entonces haz una
elección y mantenla. Pero no te creas a ti mismo sólo porque es algo que estás acostumbrado a decir, porque
más del ochenta por ciento de las cosas que crees se basan en la mentira:
no son verdad. La segunda regla es difícil: No te creas a ti
mismo.
La tercera regla es: No creas a nadie.
No creas a otras personas porque todas mienten
constantemente. Cuando hayas curado
tus heridas emocionales y no sientas la necesidad de creer a otras personas
sólo para ser aceptado, lo verás todo más claro.
Verás si es negro o blanco, si es o no es. Lo que ahora
mismo es, quizá
no lo sea dentro de unos pocos instantes. Lo que ahora no está bien quizá lo esté dentro de unos momentos. Todo cambia muy rápido
pero, si eres consciente, podrás ver cómo acontece. No creas a los demás porque utilizarán tu propia estupidez para manipular tu mente.
No te creas a una mujer que te diga
que proviene de las Pléyades y que quiere
salvar el mundo. ¡Malas noticias!
No necesitamos que nadie venga a salvar el mundo.
El mundo no necesita a intrusos que vengan
del exterior a salvarnos. El mundo está vivo; es un ser vivo y es más inteligente que todos
nosotros juntos. Si creemos que el
mundo necesita ser salvado,
pronto llegará alguien y dirá:
«Bien, hay que escapar del planeta porque va a chocar contra nosotros
un cometa. Mátate y ¡boom!,
alcanzarás al cometa e irás al cielo».
No creas en ese tipo de
historias. Crea tu propio
sueño del cielo; nadie puede hacerlo
por ti. Sólo el sentido común
será capaz de conducirte hacia tu propia felicidad, tu propia
creación.
La
regla número tres resulta
difícil
porque
necesitamos creer en
otras personas. No creas en ellas.
No creas en mí, no creas en ti y no creas en
nadie más. Cuando no crees, todo lo
que no es verdad desaparece
como por arte de magia en este mundo de ilusión. Todo es
lo que es. No necesitas
justificar lo que es verdad;
no tienes que dar explicaciones. Lo que es verdad no necesita
el apoyo de nadie. Tus mentiras necesitan de tu apoyo. Necesitas crear una mentira
que sostenga la primera mentira, después otra que sostenga
a la última y otras más para sostener todas las mentiras juntas. Y así, al final,
creas una gran estructura de mentiras, y cuando aparece la verdad, todo se desmorona. Pero es así. No es
necesario que te sientas culpable por
decir mentiras.
La mayoría de las mentiras en las que creemos, sencillamente se disiparán cuando
dejemos de creer en ellas. Todo lo que no sea verdad no sobrevivirá al escepticismo;
ahora bien, la verdad siempre
sobrevivirá. Lo que es verdad es cierto, lo creas o no lo
creas. Tu cuerpo está hecho de átomos.
No es necesario que te lo creas. Lo creas o no lo creas, es verdad. El universo está hecho de estrellas; esto es verdad
lo creas o no lo creas. Sólo lo que es verdad sobrevivirá, y esto incluye los conceptos
que tienes sobre tu persona.
Hemos dicho que, de pequeños, no tuvimos la oportunidad
de escoger qué creer y qué no creer. Bueno, ahora es distinto.
Ahora que somos adultos
tenemos el poder de hacer una elección.
Podemos
creer
o
no
creer. Aunque algo no sea
verdad,
si
decidimos creer en ello, lo creeremos porque esa
será nuestra voluntad. Puedes escoger
cómo quieres vivir tu vida. Y
si eres sincero contigo mismo, sabrás que siempre tendrás la libertad de hacer
nuevas elecciones.
Cuando estamos dispuestos a ver con los ojos de
la verdad, destapamos algunas mentiras y abrimos las heridas.
Pero las heridas todavía están llenas
de veneno.
Por lo tanto, una vez abiertas,
las limpiaremos para eliminar todo el veneno. Pero
¿cómo lo haremos? El mismo maestro
nos dio la solución hace dos mil años: el
perdón. El único medio para limpiar
las heridas y desprendernos del veneno es el
perdón.
Debes perdonar a quienes te
hirieron aunque, en tu mente, todo lo que te hicieron resulte imperdonable. Los perdonarás no porque merezcan
tu perdón, sino porque no quieres
sufrir y causarte
más dolor a ti mismo
cada vez que recuerdes lo que te hicieron. No importa lo que otras
personas te hiciesen, las perdonarás porque no
quieres sentirte permanentemente enfermo. El perdón es necesario para sanar
tu
mente. Perdonarás porque sentirás compasión
de ti mismo. El perdón es un acto de
amor hacia uno mismo.
Para ilustrar lo que acabo de decir te pondré
el ejemplo de la mujer
divorciada. Imagínate que has estado casada durante diez años,
y por la razón que sea, tienes una gran pelea con tu marido a
causa de una injusticia. Te divorcias de él;
realmente no puedes soportarle. Sólo con oír su nombre sientes un fuerte dolor en el estómago y tienes ganas de vomitar.
El veneno emocional es tan fuerte que eres incapaz
de soportarlo más. Necesitas
ayuda, de modo que acudes a un terapeuta y le dices: «Estoy
sufriendo
mucho.
Estoy
llena
de
enfado,
de
celos
y
de
envidia.
Lo
que
hizo
es
imperdonable. No aguanto a ese hombre».
El terapeuta te mira y te dice: «Necesita liberar
sus emociones; necesita expresar su
enfado. Lo mejor sería desahogar
sus emociones con una
gran pataleta. Coja una almohada, golpéela
y libere su enfado». De modo
que eso es lo que haces: montas
una pataleta colosal y liberas todas esas emociones.
Realmente parece funcionar. Le pagas cien dólares y le dices: «Muchas gracias.
Me siento mucho mejor». Finalmente, aparece
una gran sonrisa en tu rostro.
Abandonas la consulta del terapeuta, y ¿adivinas quién se te cruza por delante con
el coche? Cuando ves a tu ex marido vuelves
a sentir la misma cólera de inmediato, sólo que peor. Tienes
que volver corriendo al terapeuta y desembolsar otros cien
dólares para desahogarte de nuevo. Liberar
tus emociones de esta manera sólo proporciona una solución temporal. Quizá te ayude a desprenderte de una determinada
cantidad de veneno emocional y te sientas mejor momentáneamente, pero no
curas tu herida.
El único medio para sanar tus heridas es a través del perdón. Tienes que perdonar a
tu ex marido por la injusticia que cometió contigo.
Ahora bien, sólo sabrás que has perdonado a alguien cuando lo veas y ya no sientas
nada, cuando escuches su nombre y no experimentes ninguna
reacción emocional. Por lo
tanto, cuando seas capaz de tocar una herida emocional
y ya no sientas dolor, entonces sabrás que verdaderamente has perdonado. Evidentemente, en ese lugar te quedará una cicatriz, del mismo modo que
te queda en la piel. Recordarás lo que sucedió, cómo eras antes, pero
una vez que la herida se haya curado, dejará de doler para siempre.
Tal vez pienses: «De acuerdo. Es fácil decir que debemos
perdonar. Lo he intentado, pero no soy capaz de hacerlo».
Tienes muchas razones, muchas justificaciones
por las cuales no puedes perdonar.
Pero no es verdad. La verdad es que no puedes perdonar porque aprendiste a no hacerlo, porque eso es lo que practicaste, porque llegaste a ser un
maestro de la falta de perdón.
Durante una época, de
pequeños, el perdón era nuestro
instinto natural. Antes de habernos contagiado de esta enfermedad mental, perdonar nos resultaba fácil y normal.
Acostumbrábamos a perdonar a los demás de un manera
casi instantánea. Si observas a dos niños que juegan juntos y
empiezan a pelearse y a pegarse
entre ellos, comprobarás que, de pronto, rompen a llorar y corren hacia sus madres. «¡Eh, me ha pegado!» Una de las madres se acerca a la otra para hablar con ella. Las dos se pelean, y, sin embargo, a los cinco minutos,
los dos niños están jugando
juntos otra vez como si
no hubiera sucedido nada, mientras las dos madres se detestarán la una a
la otra el resto de su vida.
No tenemos que aprender
a perdonar porque ya nacemos con la
capacidad de hacerlo. Pero ¿adivinas qué nos ha ocurrido? Pues que hemos aprendido y practicado la
conducta opuesta, y ahora nos resulta muy difícil
perdonar. Cuando una persona
nos hace algo, ya
está, nos
olvidamos de ella, queda
expulsada de nuestra
vida. Convertimos el asunto
en una guerra
de orgullo. ¿Por qué? Pues porque nuestra
importancia personal
crece cuando no perdonamos. Al decir: «Haga lo que haga
no la perdonaré. Lo que hizo fue imperdonable», nuestra opinión parece cobrar importancia.
El verdadero problema reside en el orgullo. A
causa del orgullo y del honor, añadimos más leña al fuego de la injusticia a fin de que nos recuerde
que no podemos perdonar. Pero ¿adivinas quién es el que va a sufrir y
a acumular más y más veneno emocional? Pues nosotros mismos, ya que
sufriremos por las cosas que hagan las personas que nos rodean, aun cuando no
tengan ninguna relación con nuestra
persona.
También aprendemos a sufrir con el único propósito de castigar a la persona que
nos maltrató. Nos comportamos como niños pequeños
que montan una pataleta para
llamar la atención. Me hiero a mí mismo sólo para
decir: «Mira lo que estoy haciendo
por tu culpa». Es una gran broma,
pero eso es exactamente lo que
hacemos. Lo que realmente queremos decir es: «Dios, perdóname», pero no diremos
una palabra hasta que Dios venga y nos pida primero que le perdonemos. En muchas ocasiones ni siquiera sabemos por qué
estamos tan disgustados
con nuestros padres, nuestros amigos, nuestra pareja. Estamos disgustados y si, por alguna razón, la
otra persona nos pide
que la perdonemos, nos echamos
a llorar de inmediato
y decimos: «Oh, no,
perdóname tú a mí».
Ves a buscar al niño pequeño
que está en el rincón
con una rabieta.
Coge tu orgullo y tíralo a la
basura. No lo necesitas.
Sencillamente, libérate de tu importancia personal y pide perdón.
Perdona a los demás y verás cómo los milagros empiezan a
suceder en tu vida.
En primer lugar, haz una lista de todas las personas
a las que crees que necesitas pedir perdón, y acto seguido, pídeles
perdón. Aunque no tengas tiempo de llamarlas a todas, pide perdón en tus oraciones
y a través de tus sueños. En segundo lugar,
haz otra lista de todas las personas a quienes necesitas
perdonar. Empieza por tus padres, hermanos y hermanas, tus hijos, tu cónyuge, tus amigos, tu amante, tu gato, tu perro,
el gobierno y Dios.
Ahora perdonarás a los demás porque sabes que, independientemente de lo que alguien te hiciese, no tenía nada que ver contigo. Cada uno sueña su propio
sueño,
¿recuerdas? Las palabras y los actos que te hirieron fueron,
meramente, la reacción
de
esa persona a los demonios
de su propia mente. Está soñando
en el infierno y tú no
eres más que un personaje
secundario de su sueño. Nada de lo que hace nadie es por ti. Una vez que cobres
esta
conciencia,
y
no te lo
tomes como algo
personal, la compasión y la
comprensión te conducirán al perdón.
Empieza a trabajar en el perdón; empieza
a practicar el perdón. Al
principio cuesta, pero después se convertirá en un hábito. El
único medio de recuperar el perdón es volver a practicarlo. Practica incansablemente hasta que, al final, puedas comprobar si eres capaz de perdonarte a ti mismo. En un momento determinado, descubres que tienes que perdonarte a ti mismo
por todas las heridas
y el veneno que tú mismo
creaste en tu propio sueño. Cuando te perdonas a ti mismo, empiezas a aceptarte, y
entonces, el amor por tu persona crece.
Ese es el perdón supremo:
perdonarte a ti
mismo.
Lleva a cabo un acto de poder y perdónate
a ti mismo por todo lo que has hecho en
tu vida. Y, si crees en las vidas anteriores, perdona todas las cosas que crees haber hecho en tus vidas pasadas. El concepto del
karma es verdadero sólo porque creemos que lo es. Debido a nuestras creencias
sobre la bondad o la maldad, nos
sentimos avergonzados por lo que creemos
que es malo. Nos declaramos culpables,
pensamos que nos merecemos
un castigo y nos castigamos
a nosotros mismos. Estamos seguros de que lo que creamos
es una inmundicia que es preciso limpiar.
Y sólo por creerlo
«Así es». Se convierte en algo real para ti.
Creas tu karma y tienes que pagar por él. Así de poderoso eres. Romper un antiguo karma es fácil. Lo
único que tienes que hacer
es abandonar esa creencia negándote
a creer en ella, y de este modo, harás que
desaparezca. No necesitas sufrir, ni
pagar por nada; ya pasó. Para que el
karma desaparezca bastará con que te perdones a ti mismo. Cuando llegues
a ese punto, podrás empezar de nuevo. El perdón es
el único medio para limpiar las heridas emocionales; cuando perdonas, la vida se convierte
en algo fácil. El perdón es el único
medio para sanar nuestras heridas.
Una vez que hayamos limpiado
las heridas, utilizaremos una
poderosa medicina para acelerar el proceso de curación. Por supuesto, esta medicina
también nos la ha dado el mismo gran maestro,
y es el Amor. El amor es la
medicina que acelera el proceso de curación.
No existe otra medicina
más que el amor incondicional.
No se trata de: «Te amo si...», o «Me amo a mí mismo si...». Sin condiciones ni justificaciones ni explicaciones. Se trata sólo de amar. Ámate a ti mismo, ama a tu
vecino y ama a tus enemigos. Es de sentido común, pero no seremos
capaces de amar a los demás hasta que no nos amemos a nosotros mismos. Y esa es precisamente la razón por la que
debemos empezar a hacerlo.
Hay millones de maneras
distintas de expresar tu
felicidad, pero sólo una de ser realmente feliz, y esa manera consiste en amar.
No existe otra. No es posible ser feliz si no te amas a ti mismo. Es un hecho.
Si no te amas a ti mismo no tienes ninguna posibilidad de ser feliz. No se puede compartir
lo que no se tiene. Si no
te amas a ti mismo, tampoco puedes amar a nadie. Aun así, sientes la necesidad de amor,
y si
hay alguien que te necesita, dirás que eso es amor; eso es lo que los seres humanos
llamamos amor. Pero no es amor. No es más que un acto de posesión, de egoísmo
y de control que no conoce el
respeto. No te mientas a ti mismo; eso no es amor.
Sólo es posible
ser feliz cuando el amor emana de ti, cuando sientes un amor incondicional por ti mismo y te entregas por completo a ese amor. Cuando actúas de
este modo, dejas de resistirte a la vida.
Dejas de rechazarte a ti mismo. Ya no cargas
con todos esos reproches y ese sentimiento de culpabilidad. Sencillamente aceptas quien eres y a todas las personas
tal como son. Tienes derecho
a amar, a sonreír,
a ser feliz, a compartir tu
amor y a no tener miedo de recibirlo.
La curación se fundamenta
en tres puntos muy sencillos: la verdad, el perdón y el
amor hacia uno mismo. Una vez adquiridos, el mundo entero sanará
y dejará de ser un hospital mental para siempre.
Estos tres puntos clave para sanar la mente nos fueron brindados por Jesús, pero él no fue el único que nos enseñó el camino de la curación. Buda y Krishna hicieron lo mismo.
Y muchos otros maestros llegaron a las mismas conclusiones y nos
enseñaron las mismas lecciones.
En todo el mundo, de Japón a
México, a Perú, a Egipto o a Grecia, la curación de los seres humanos
fue un hecho. Vieron que la enfermedad
residía en la mente humana y utilizaron estos tres métodos:
la verdad, el perdón y el amor hacia uno mismo. Si somos capaces
de ver nuestro estado mental como una enfermedad, descubriremos que existe una verdadera curación. No es necesario
que suframos más; si somos conscientes de que nuestra mente está enferma, de que nuestro
cuerpo emocional está herido, también seremos capaces de sanar.
Imagínate que todos los
seres humanos empezasen a ser sinceros consigo mismos, que empezasen a perdonarse los unos a los otros y a amar a todas las personas. Si todos
los seres humanos
amasen de este
modo, dejarían de
ser egoístas; estarían abiertos a dar y a recibir
y no se juzgarían los unos a los otros. Los chismes se acabarían y el veneno emocional, al final, se disolvería.
Ahora estamos hablando de un planeta completamente distinto.
No se parece en nada a la Tierra. Esto es lo que Jesús
llamó «El cielo en la tierra», Buda, «Nirvana» y Moisés, la «Tierra Prometida». Es un lugar en el que todos nosotros podemos vivir con amor porque centramos nuestra atención en el
amor. Elegimos amar.
Sea cual sea el nombre que le des al nuevo
sueño, sigue siendo un sueño tan real o tan falso como el sueño del infierno.
Pero ahora eliges el sueño en el que tú quieres vivir. Ahora tienes en tus manos las herramientas necesarias para sanarte.
La cuestión es: ¿qué vas a
hacer con ellas?
XII Dios en ti
Eres la fuerza que juega con tu mente y utiliza
tu cuerpo como si fuese su juguete favorito para jugar y divertirse. Esa es la razón por la que estás aquí: para jugar
y divertirte. Nacemos con el derecho
a ser felices, con el derecho
a disfrutar de la vida. No
estamos aquí para sufrir. Quien quiera sufrir goza de libertad
para hacerlo, pero no hay razón para sufrir.
Entonces, ¿por qué sufrimos? Pues porque el mundo
entero sufre y pensamos que el sufrimiento es algo normal,
y para corroborarlo, creamos
un sistema de creencias
que apoye esa «verdad». Nuestras religiones nos dicen
que hemos venido aquí a sufrir,
que la vida es un valle de lágrimas. Sufre hoy, sé paciente, y cuando te mueras, tendrás tu recompensa. Suena bien, pero no
es verdad.
Escogemos sufrir porque hemos aprendido a sufrir. Y si continuamos haciendo las
mismas elecciones, continuaremos sufriendo. El Sueño del Planeta lleva consigo
el sueño de la humanidad, la evolución de los seres humanos, y el sufrimiento es el resultado de esa evolución. Los seres humanos sufrimos porque sabemos, sabemos en qué consisten todas esas creencias, conocemos todas esas
mentiras, y como somos incapaces de satisfacer tanta mentira, sufrimos.
No es verdad que tras la muerte se
viva en el cielo o en el infierno. Se vive en el
infierno o en el cielo, ahora.
El cielo y el infierno
sólo existen a un nivel mental. Si sufrimos ahora, cuando muramos
seguiremos sufriendo, porque la mente no se muere con el cerebro.
El sueño continúa, y cuando nuestro sueño tiene lugar en el infierno,
nuestro cerebro muere y seguimos
soñando en el mismo infierno.
La única diferencia entre estar muerto y estar dormido es que, cuando dormimos, nos despertamos porque
tenemos un cerebro. Cuando morimos,
no podemos despertar porque el cerebro ha dejado de funcionar, pero el sueño
está ahí.
El cielo o el infierno están aquí y ahora.
No necesitas esperar a morirte.
Cuando te responsabilizas de tu vida y de tus actos, tienes
el futuro en tus manos, y entonces, puedes vivir en el cielo mientras el cuerpo
aún está vivo.
El sueño que la mayoría de los seres humanos
crean en este
planeta es, obviamente, el del infierno.
Esto no es correcto ni incorrecto, ni bueno ni malo, y no hay nadie a quien echarle las culpas.
¿Podemos culpar a nuestros padres?
No. Cuando eras pequeño y te programaron lo hicieron lo mejor que pudieron. Si tienes hijos, seguro que tampoco sabes qué otra
cosa hacer. Que cobres conciencia no
significa que tengas que culpar a nadie más o que tengas que cargar con las culpas por lo que hiciste.
¿Cómo podemos culparnos por
tener una enfermedad mental que es muy contagiosa?
Sabes, todo lo que existe
es perfecto. Eres perfecto tal y como eres. Esa es la verdad. Eres un maestro.
Aunque seas un maestro del enfado y de los celos, tu enfado
y tus celos son perfectos. Aunque tengas un gran conflicto en tu vida, es perfecto, es
hermoso. Es posible ver una película como Lo que el viento se llevó y llorar
por toda esa desdicha.
¿Quién dice que el infierno no es hermoso? El infierno puede
ser una fuente de inspiración. Incluso el infierno
es perfecto, porque sólo existe la perfección. Incluso aunque sueñes el infierno en tu vida, eres perfecto siendo sencillamente como eres.
Nuestra creencia de que no
somos perfectos se debe al
conocimiento. El conocimiento no es más que una descripción del sueño. El sueño no es real,
de modo que el conocimiento tampoco
lo es. Provenga de donde provenga, sólo es real desde
una determinada percepción, y una vez que la cambias, deja de serlo. Con este
conocimiento nunca llegaremos a descubrir quienes somos. Finalmente, eso es lo que
buscamos: encontrarnos a nosotros mismos, ser
nosotros mismos y
vivir nuestra propia vida en
lugar de vivir la del Parásito: la
vida para la que fuimos programados.
No es el conocimiento el que nos conducirá
hasta nosotros mismos, sino la sabiduría. Tenemos que distinguir entre conocimiento y sabiduría, porque no son la
misma
cosa. El conocimiento lo utilizamos sobre todo para comunicarnos con los
demás y ponernos de acuerdo en lo que percibimos.
El conocimiento es la única herramienta que los seres humanos
tenemos para comunicarnos, ya que difícilmente nos comunicamos de corazón
a corazón. Por lo tanto, lo importante es la manera que
tenemos de utilizar ese conocimiento, ya que puede hacer que nos convirtamos en su
esclavo y dejemos de ser libres.
La sabiduría no tiene nada que ver con el
conocimiento; tiene que ver con la libertad.
Cuando eres sabio, eres libre de utilizar tu propia mente y de dirigir tu
propia vida. Una mente sana está libre del Parásito; goza de la misma libertad
que tenía antes de
la domesticación. Cuando sanas tu mente, cuando te liberas
del sueño, ya no eres inocente, sino sabio. En muchos aspectos vuelves a
ser de nuevo como un niño, salvo por un detalle
que cambia mucho las cosas: un
niño es inocente y por eso puede hundirse en el sufrimiento y la infelicidad. Quien trasciende el sueño es sabio; esa es la razón por la que no vuelve a hundirse
más: porque ahora sabe y cuenta con el conocimiento del sueño.
No es necesario acumular
conocimiento para convertirse
en sabio; cualquier persona puede conseguirlo. Cualquiera. Cuando te haces sabio,
la vida se convierte en algo fácil, porque te transformas en quien realmente eres. Es
difícil intentar convertirse en lo que uno no es, intentar convencerse a uno mismo y a todos los demás de que se es lo
que no se es. Cuando intentas ser lo que no eres desperdicias todas tus
energías. Ser quien eres no requiere el menor esfuerzo.
Al convertirte
en sabio, no necesitas utilizar todas esas imágenes que creaste; no necesitas fingir que eres diferente de lo que realmente eres. Te aceptas
a ti mismo tal cual. y esa aceptación
completa se convierte en la aceptación completa de todos los demás. Ya no intentas
cambiar a otras personas
o imponer tu punto de vista. Respetas las creencias de los demás. Aceptas
tu cuerpo y tu propia humanidad con todos tus instintos. No hay nada
malo en ser un animal. Somos animales y los animales
siempre siguen su instinto.
Somos seres humanos y, debido, a nuestra gran inteligencia,
aprendemos a reprimir nuestros instintos; no escuchamos lo que proviene del corazón.
Esa es la razón por la que actuamos en contra de nuestro
propio cuerpo, intentando
reprimir sus necesidades o negando su existencia. Esto no es sabiduría.
Cuando te conviertes en sabio, respetas
tu cuerpo, respetas tu mente, respetas
tu alma. Cuando te conviertes en sabio, controlas
tu vida con el corazón,
no con la cabeza. Dejas de sabotearte a ti mismo, de sabotear tu felicidad o tu amor. Dejas de
cargar con toda esa culpa y esos reproches; dejas de juzgarte y de juzgar a los demás. A partir de ese momento, todas las creencias que te hacen
infeliz, que te empujan a pelearte con la vida y que la convierten en algo
difícil, simplemente desaparecen.
Renuncia a todas esas ideas sobre ser lo que no eres y conviértete en lo que
realmente eres. Cuando te entregas a tu naturaleza,
a lo que realmente eres, entonces, dejas de sufrir. Cuando te entregas a tu verdadero yo, te entregas a la Vida, te entregas
a Dios. Y una vez que te entregas, ya no hay forcejeo, ya no hay resistencia, ya no hay sufrimiento.
Cuando eres sabio, siempre
optas por la opción fácil, que es ser tú mismo, seas lo que seas. El sufrimiento no es otra cosa que la resistencia a Dios. Cuanto
más te resistes, más sufres.
Así de sencillo.
Imagínate que, de la
noche a la mañana, te despiertas del sueño y estás
completamente sano. Ya no tienes heridas, ya no tienes veneno emocional. Imagínate la libertad que experimentarás. Dondequiera que vayas todo te hará feliz por el mero
hecho de estar vivo. ¿Por qué? Pues porque un
ser humano sano no tiene miedo de
expresar el amor. No tienes miedo de estar vivo y tampoco
de amar. Imagínate cómo vivirías tu vida, cómo te relacionarías con la gente que te rodea si
no tuvieses esas heridas y ese
veneno en tu cuerpo emocional.
En las escuelas
místicas de todo el mundo, a
este proceso lo denominan el despertar. Es como si un día te despertaras
y ya
no tuvieses heridas
emocionales. Pues bien, cuando ya no
tienes esas heridas en el cuerpo emocional, las limitaciones desaparecen y empiezas a ver todas las cosas tal
como son y no según tu sistema de creencias.
Desde el momento
en que abres los ojos sin esas heridas,
te conviertes en un escéptico: no aumentas
tu importancia personal
diciéndole a todo el mundo lo inteligente que eres o burlándote de otras personas que creen en todas esas mentiras. No, en el momento
en que te despiertas, te conviertes en un escéptico porque ves claramente que el sueño no es verdad. Abres los
ojos, estás despierto
y todo te resulta obvio.
Cuando te despiertas, cruzas una línea que
no tiene retorno y nunca más vuelves a
ver el mundo de la misma manera.
Todavía estás soñando
-no se puede evitar el sueño
porque soñar es una función de la mente-, pero la diferencia
estriba en que sabes que se trata de un sueño. Y una vez que lo sabes, puedes disfrutarlo o
sufrirlo. Eso depende de ti.
El despertar es como hallarse
en medio de una fiesta en la
que hay miles de personas y todas están borrachas
excepto tú. Eres el único
que se mantiene sobrio.
Pues bien, eso es el despertar, ya que la mayoría
de los seres humanos ven el mundo a
través de sus
heridas emocionales, a través
de su veneno
emocional. No son conscientes de que están viviendo en el sueño
del infierno. No son conscientes de
que están viviendo en un sueño, del mismo modo que los peces que nadan en el agua no
son conscientes de que viven en el agua.
Cuando despiertes y descubras que eres la única
persona sobria en una fiesta en la
que todos los demás están embriagados, siente compasión
por ellos porque, antes, tú
estabas en sus mismas circunstancias. No juzgues, ni tan siquiera
a la gente que está en
el infierno, porque también estuviste en él.
Al despertar, tu corazón se transforma en una expresión del Espíritu, del Amor,
en una expresión de la Vida. El despertar
tiene lugar cuando cobras
conciencia de que tú eres Vida. Y
cuando cobras conciencia de que eres la fuerza que denominamos Vida, todo es posible.
Los milagros se suceden sin cesar, porque
es el corazón el que obra
esos
milagros. El corazón está en comunión directa con el alma humana, y aun cuando
la cabeza oponga resistencia, cuando el corazón habla, algo cambia en tu interior;
tu corazón se abre a otro corazón, y
te es posible experimentar el verdadero amor.
Existe una
vieja historia de India que
nos habla de la soledad de Dios: Brahma. No existía nada más que Brahma, y por esa razón estaba muy aburrido.
Brahma decidió jugar a un juego, pero
no tenía a nadie con quien jugar. De modo que creó a una hermosa diosa, Maya, con el único propósito de divertirse. Una vez que Maya existió y
Brahma le explicó el propósito
de su existencia, ella le dijo: «De
acuerdo, juguemos al juego
más maravilloso, pero tú harás lo que yo te diga». Brahma aceptó y, siguiendo las instrucciones de Maya, creó todo el
universo. Creó el Sol y las
estrellas, la Luna y los planetas. Después, la vida en la Tierra: los animales, los océanos, la atmósfera,
todo.
Entonces Maya le dijo: «Qué bello es este mundo de ilusión que has
creado. Ahora quiero que crees un tipo de animal que sea tan inteligente y goce de tal conciencia que esté capacitado para apreciar tu creación». Finalmente, Brahma creó a los seres humanos, y una vez que acabó con la creación, le preguntó a Maya cuándo iba a
empezar el juego.
«Lo empezaremos de inmediato», dijo ella. Cogió a Brahma y lo cortó en miles de
pedacitos diminutos. Puso un trocito
en el interior de cada ser humano
y dijo: «¡Ahora empieza el juego! ¡Voy a hacer que olvides
quién eres y tendrás que encontrarte a ti
mismo!». Maya creó el sueño y, hoy, Brahma todavía está intentando recordar quién es. Brahma está ahí,
en tu interior, y Maya te impide que recuerdes quién eres.
Cuando te despiertas del sueño, te conviertes de nuevo en Brahma y
reclamas tu divinidad. Ahora, si
el Brahma que está en
tu interior te dice: «De acuerdo. Estoy despierto, ¿qué ocurre con el resto de mí?», como conoces el juego de Maya, comparte
la verdad con otras personas
para que despierten
también. Uno se divierte más cuando hay dos personas sobrias
en la fiesta. Y si son
tres, mejor que mejor. Empieza por ti. Después, empezarán
a cambiar más y más personas,
hasta que todo el sueño, toda la gente que está en la fiesta, esté
sobria.
Las enseñanzas que nos llegan de India, de los
toltecas, de los cristianos, de los
griegos -de distintas sociedades de todo el mundo- provienen de la misma
verdad. Todas nos hablan
de reclamar la propia divinidad
y encontrar a Dios en nuestro
interior. Hablan de abrir el corazón por completo y convertirse en un sabio. ¿Eres
capaz de imaginarte cómo sería el mundo si todos los seres humanos
abriesen su corazón y descubriesen el amor en su interior?
Podemos hacerlo. Cada uno puede hacerlo a su manera. No se trata de seguir una idea impuesta; se trata de encontrarte a ti mismo y de expresarte a tu manera.
Esa es la razón por la cual tu
vida es un arte. Tolteca significa «artista del espíritu». Los toltecas
son los que pueden expresarse con el corazón, los que aman incondicionalmente.
Estás vivo por el poder de Dios, que es el poder
de la Vida. Eres la fuerza que es la
Vida, pero como sabes pensar al nivel de la mente, te olvidas
de quién eres en realidad. Y cuando esto sucede, resulta fácil ver a otra persona y decir: «Oh, ahí está Dios. Dios
se responsabilizará de todo; Dios me salvará».
No. Dios sólo ha venido a decirte -a
decirle al Dios que se encuentra en tu interior-
que seas consciente, que elijas, que tengas valor para avanzar
a través de todos tus miedos y cambiarlos a fin de no temer
más al amor. El miedo al amor es uno de
los mayores miedos que padecen
los seres humanos. ¿Por qué? Pues porque, en el Sueño del Planeta,
un corazón roto significa
«Pobre de mí».
Tal vez te preguntes: «Si realmente somos la Vida o Dios, ¿por qué
no lo sabemos?». Pues porque estamos programados para no saberlo.
Nos enseñan: «Eres un ser
humano; estas son tus limitaciones».
Entonces, nuestros propios miedos limitan nuestras posibilidades. Eres lo que crees que eres. Los seres humanos son magos poderosos. Cuando te crees que eres lo que eres, eso es lo que
eres. Y puedes hacerlo porque eres Vida, Dios,
Intento. Tienes el poder de convertirte en lo que eres ahora
mismo. Pero no es la mente racional la que controla tu poder, sino lo que tú
crees.
Como ves, todo son creencias. Lo que creemos es lo que dirige nuestra existencia,
lo que dirige nuestra vida. Construimos un sistema de creencias que es como una caja en
cuyo interior nos instalamos; no podemos escapar porque creemos que no
podemos hacerlo. Y esta es la
situación en la que nos encontramos. Los seres humanos crean sus propias
restricciones, sus propias limitaciones. Decidimos lo que es humanamente posible y lo que es imposible, y, después, sólo porque así lo creemos, se convierte
en nuestra verdad.
Las profecías de los toltecas
han previsto el inicio de un nuevo mundo, de una nueva humanidad donde
los
seres
humanos se
responsabilizan de sus
propias creencias, de sus propias
vidas. Se acerca el momento en
el que te convertirás en tu propio gurú. No necesitas que otros te digan cuál
es la voluntad de Dios. Ahora Dios y tú estáis cara a cara, sin intermediario alguno. Buscabas a Dios y lo has encontrado en tu interior. Dios ya no está fuera de
ti.
Cuando sabes que el poder que es la Vida reside en tu interior, aceptas tu propia
divinidad, y aun así, eres humilde porque ves la misma divinidad en todas las personas.
Ves cuán fácil es comprender a Dios, porque todo es una manifestación de Él. El
cuerpo morirá, la mente también
se
disolverá, pero
tú no. Eres
inmortal; existes durante billones
de años en distintas manifestaciones, porque eres Vida y la
Vida no puede morir. Estás en los árboles,
en las mariposas, en los peces, en el aire, en la luna, en el sol.
Dondequiera que vayas, estás ahí, esperándote a ti mismo.
Tu cuerpo es un templo, un templo
vivo en el que reside Dios. Tu mente es un templo vivo en el que reside Dios. Dios vive en tu interior,
Dios es la Vida. La prueba de que
Dios reside en tu interior es que estás vivo. Tu vida es la prueba.
Por supuesto,
en tu mente hay basura y veneno emocional, pero Dios también está
ahí.
No tienes que hacer nada para alcanzar
a Dios, para alcanzar la iluminación, para
alcanzar el despertar. No hay nadie
que pueda llevarte hasta
Dios. Quien diga que te
llevará hasta él es un mentiroso, porque ya estás en él. Sólo existe
un ser vivo, y lo quieras o no, te resistas o no, sin
hacer ningún esfuerzo, ya estás con Dios.
Por lo tanto, lo único que queda es disfrutar de la vida, estar vivo, sanar
el cuerpo emocional para crear una nueva vida que te permita
compartir abiertamente todo el amor que está en tu interior.
El mundo entero puede amarte, pero ese
amor no te hará feliz. La felicidad proviene del amor que emana de tu interior. Ese es el amor
que realmente cuenta, no el amor que los demás sienten por ti. Tu amor por los demás es tu mitad; la otra mitad puede ser un árbol, un perro, una nube. Tú eres una mitad; la otra mitad es lo que
percibes. La mitad que te corresponde es la del soñador, y, el sueño, es la
otra mitad.
Siempre serás libre para
amar. Si eliges comprometerte
en una relación y tu pareja juega al mismo juego, ¡qué regalo! Cuando la
relación abandone del todo el infierno,
os amaréis tanto a vosotros mismos que no os necesitaréis el uno al otro en absoluto. Os
uniréis por propia voluntad y crearéis belleza.
Y esa creación mutua es el sueño
del cielo.
Ya eres un maestro
del miedo y del auto-rechazo. Ahora lo que tienes que hacer es recuperar el amor hacia ti mismo,
ya que con ese amor por ti mismo te
volverás tan fuerte y poderoso que transformarás tu sueño personal de miedo en un sueño de amor, y sustituirás el sufrimiento por la felicidad.
Entonces, como el sol, emitirás
luz y amor en todo momento, sin condiciones.
Cuando amas
incondicionalmente, tú el ser
humano y tú el Dios estás en sintonía con el
Espíritu de la Vida que se mueve a través de
ti. La vida no es más que un sueño,
y si creas tu vida con amor, tu sueño se
convierte en una obra de arte.
Oraciones
Haz el favor de tomarte unos instantes para cerrar los ojos, abrir tu corazón
y sentir todo el amor que emana de él.
Quiero que te unas a mí en una oración
muy especial para experimentar la comunión con nuestro Creador.
Dirige tu atención
a tus pulmones, olvidándote de todo lo demás. Cuando se
expandan, siente el placer de satisfacer la
mayor necesidad del
cuerpo humano: respirar.
Haz una inspiración profunda y siente el
aire a medida que va entrando en los pulmones.
Siente que no es otra cosa que amor. Descubre la conexión que existe entre
el aire y los pulmones,
una conexión de amor.
Llénalos de aire hasta que tu cuerpo
sienta la necesidad de expulsarlo.
Y entonces, espira y siente de nuevo
el placer, porque siempre que satisfacemos una necesidad del cuerpo
humano, sentimos placer. Respirar
nos proporciona un gran placer.
Es lo único que necesitamos para sentirnos felices, para disfrutar de la vida. Estar vivos es suficiente.
Siente el placer
de estar vivo,
el placer del sentimiento del amor...
ORACIÓN PARA LA CONCIENCIA
Hoy, Creador del Universo, te pedimos que abras
nuestro corazón y nuestros
ojos para que podamos disfrutar de todas tus creaciones y vivir en amor
eterno contigo. Ayúdanos a verte en todas las cosas que percibimos
con los ojos, con los oídos, con el corazón, con todos nuestros sentidos.
Permítenos percibir con los ojos del amor a fin de descubrirte dondequiera que vayamos y que te veamos en todas tus creaciones.
Permítenos verte en cada célula de nuestro cuerpo, en cada
emoción de nuestra mente, en cada sueño, en cada flor, en cada persona que conozcamos. No puedes esconderte de nosotros porque estás en todas partes
y somos uno contigo. Permítenos ser conscientes de esta verdad.
Permítenos ser conscientes de nuestro poder para crear un sueño
del cielo en el
que todo es posible. Ayúdanos
a utilizar nuestra
imaginación para que guíe el sueño de nuestra
vida, la magia de nuestra
creación, a fin de vivir
sin miedo, sin enfado, sin celos, sin envidia. Ilumínanos
para seguir, y permite que hoy
sea el día en que finalice nuestra búsqueda del amor
y
de
la felicidad.
Permite que hoy
suceda algo extraordinario que cambie nuestra vida para siempre: permite que todo lo que hagamos y digamos
sea una expresión de la belleza que reside en nuestro corazón,
que se fundamenta en el amor.
Ayúdanos a ser como tú eres, a amar como tú amas, a compartir
como tú compartes, a crear una obra
maestra de belleza y amor, del
mismo modo que todas tus creaciones son obras maestras de belleza
y de amor. Empezando hoy, ayúdanos a aumentar
a diario el poder de nuestro amor a fin de que seamos capaces de crear una obra
maestra de arte: nuestra propia vida. Hoy, Creador, te damos las gracias y nuestro amor porque
nos has dado la Vida. Amén.
ORACIÓN
PARA EL AMOR POR UNO MISMO
Hoy, Creador del Universo, te pedimos que nos
ayudes a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, sin juzgarnos. Ayúdanos a aceptar nuestra mente tal como es, con todas nuestras emociones,
nuestras esperanzas y nuestros sueños, nuestra personalidad, nuestra
manera de ser única. Ayúdanos
a aceptar nuestro
cuerpo tal como es, con toda su belleza
y su perfección. Permite que el
amor hacia nosotros mismos sea tan fuerte que nunca más volvamos a rechazarnos
o a sabotear nuestra felicidad, nuestra libertad y nuestro amor.
De ahora en adelante,
permite que cada acción,
cada reacción, cada pensamiento y cada emoción se fundamente en el amor. Ayúdanos,
Creador, a aumentar
el amor hacia nosotros mismos hasta que todo el sueño de nuestra vida se transforme, y el miedo y la
desdicha sean sustituidos por el amor y el júbilo. Permite que el poder del amor hacia nosotros
mismos sea lo suficientemente fuerte
para romper todas las mentiras que nos hicieron creer; todas las mentiras que nos dicen que no somos suficientemente buenos o
suficientemente fuertes o suficientemente
inteligentes, y que no seremos capaces de conseguirlo. Permite que el amor hacia
nosotros mismos sea tan fuerte que ya no necesitemos vivir nuestra vida según
las opiniones de otras personas. Permite que confiemos del todo en nosotros mismos a
fin de que hagamos las elecciones que
debamos hacer. Con este amor que sentimos
por nosotros mismos ya no tenemos miedo de enfrentarnos a las responsabilidades de nuestra vida o a los
problemas, ni de resolverlos a medida que surjan. Permite que el poder del amor
hacia nosotros mismos nos ayude a realizar todos nuestros deseos.
Ayúdanos a empezar
hoy mismo a amarnos tanto que nunca creemos una
circunstancia que vaya en contra nuestra. Podemos vivir la vida siendo nosotros mismos y sin fingir que somos distintos sólo para
ser aceptados por otras personas.
Ya no necesitamos ser aceptados por otras personas ni que nos digan lo buenos que somos, porque sabemos lo que somos. Con
el poder del amor que sentimos hacia nosotros mismos, permítenos que disfrutemos de la imagen que vemos cada vez que nos miramos
al espejo. Permite
que una gran sonrisa se dibuje
en nuestro rostro y que realce nuestra belleza
interior y exterior.
Ayúdanos a que el amor que sentimos hacia nosotros mismos sea tan intenso que nos permita disfrutar
siempre de nuestra propia
presencia.
Permítenos amarnos sin
juzgarnos, porque cuando nos juzgamos, cargamos con el peso de la culpa y los reproches, necesitamos castigarnos y perdemos la
perspectiva de tu amor. Fortalece
nuestra voluntad para perdonarnos
a nosotros mismos en este
momento. Limpia nuestra
mente del veneno
emocional y de las recriminaciones a fin de que vivamos
en un amor y una paz completos.
Permite que el amor que sentimos hacia nosotros mismos sea el poder que
cambie el sueño de nuestra vida. Con este nuevo poder en nuestro corazón, el poder del amor por
uno mismo, permítenos transformar todas las relaciones que mantenemos, empezando por la que tenemos con nosotros mismos.
Ayúdanos a estar libres de conflictos
con los demás. Permítenos ser felices
por compartir nuestro tiempo con las personas
que amamos y perdonarlas
por cualquier injusticia que sintamos
en nuestra mente. Ayúdanos
a amarnos tanto a nosotros
mismos que perdonemos a cualquier persona que nos haya herido en nuestra vida.
Concédenos el valor para amar a nuestra familia y a nuestros amigos incondicionalmente y, para
cambiar nuestras relaciones de la
manera más positiva y amorosa posible. Ayúdanos a crear nuevos canales de comunicación en nuestras
relaciones a fin de que no
se produzca una guerra de control, de que no exista un vencedor o un perdedor.
Permítenos trabajar unidos, como un equipo, para el
amor, la dicha y la armonía.
Permite que las relaciones con nuestra familia
y nuestros amigos
se fundamenten en el respeto y la alegría a fin de que no sintamos
la necesidad de decirles qué deben pensar o cómo deben ser. Permite que nuestra relación romántica sea la relación
más maravillosa; permite que nos sintamos dichosos cada vez que lo compartimos todo con nuestra pareja.
Ayúdanos a aceptar
a los demás como son, sin juicios,
porque cuando los rechazamos, nos rechazamos a nosotros mismos, y cuando nos rechazamos a
nosotros mismos, te rechazamos a ti.
Hoy es un nuevo comienzo. Ayúdanos
a empezar otra vez nuestra
vida con el poder del amor hacia nosotros mismos. Ayúdanos
a disfrutar de la vida, a disfrutar de las relaciones, a explorar la vida, a arriesgarnos,
a estar vivos y a no vivir mas con miedo
al amor. Permítenos abrir nuestro corazón
al amor que nos corresponde por derecho de nacimiento. Ayúdanos a convertirnos en maestros de la Gratitud, de la Generosidad y del Amor a fin de que seamos capaces de disfrutar de todas tus
creaciones por siempre jamás. Amén.
Sobre el autor
El doctor Miguel Ruiz es un maestro
de la escuela tolteca de tradición
mística. Combina su mezcla única de conocimientos en talleres, conferencias y viajes guiados a Teotihuacán,
México. En esta antigua ciudad de las pirámides,
conocida por los toltecas
como el lugar en el que «el hombre se convierte
en Dios», el doctor Miguel Ruiz sigue el proceso que los antiguos
profetas trazaron para guiar a los buscadores a través de sus
niveles ascendentes de conciencia.
Si desea recibir más información, puede ponerse en contacto con:
SIXTH SUN Journeys of the Spirit P
O. Box 1846
Carlsbad, CA 92018-1846
1-800-294-3203
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