“Se
entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor
tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras
él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre
aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano,
y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con
carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de
papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en
almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del
corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se
disponían a devorarlos vivos.”
(Gabriel
García Márquez, en "Cien años de soledad")
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