Como todas las grandes creaciones del hombre, el amor es
doble: es la suprema ventura y la desdicha suprema. (...) Los amantes pasan sin
cesar de la exaltación al desánimo, de la tristeza a la alegría, de la cólera a
la ternura, de la desesperación a la sensualidad. Al contrario del libertino, que busca a un
tiempo el placer más intenso y la insensibilidad moral más absoluta, el amante
está perpetuamente movido por sus contradictorias emociones. El lenguaje
popular, en todos los tiempos y lugares, es rico en expresiones que describen
la vulnerabilidad del enamorado: el amor es una herida, una llaga. Pero, como
dice San Juan de la Cruz, es "una llaga regalada", un
"cautiverio suave", una "herida deliciosa". Sí, el amor es
una flor de sangre. También es un talismán. La vulnerabilidad de los amantes
los defiende. Su escudo es su indefensión, están armados de su desnudez. Cruel
paradoja: la sensiblidad extrema de los amantes es la otra cara de su
indiferencia, no menos extrema, ante todo lo que no sea su amor. El gran
peligro que acecha a los amantes, la trampa mortal en que caen muchos, es el
egoísmo. El castigo no se hace esperar: los amantes no ven nada ni a nadie que
no sea ellos mismos hasta que se petrifican... o se aburren. El egoísmo es un
pozo. Para salir al aire libre, hay que mirar más allá de nosotros mismos: allí
está el mundo y nos espera.
( Octavio Paz, escritor mexicano )
( Octavio Paz, escritor mexicano )
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