Reconozco que la razón se confunde frente al prodigio del
amor, frente a esa extraña obsesión por la cual la carne, que tan poco nos
preocupa cuando compone nuestro propio cuerpo, y que sólo nos mueve a lavarla,
a alimentarla y, llegado el caso, a evitar que sufra, puede llegar a
inspirarnos un deseo tan apasionado de caricias, simplemente porque está
animada por una individualidad diferente a la nuestra (...). Aquí la lógica
humana se queda corta, como en las revelaciones de los misterios. Y no se ha
engañado la tradición popular que siempre vio en el amor una forma de
iniciación, uno de los puntos de contacto de lo secreto y lo sagrado. (...) Al
igual que la danza de las ménades o el delirio de los coribantes, nuestro amor
nos arrastra a un universo diferente, donde en otros momentos nos está vedado
penetrar, y donde cesamos de orientarnos tan pronto el ardor se apaga o el goce
se disuelve. Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz, he
aprendido algunos secretos de la vida que se embotan ya en mi recuerdo,
sometido a la misma ley que quiere que el convaleciente, una vez curado, cese
de reconocerse en las misteriosas verdades de su mal, que el prisionero
liberado olvide la tortura, o el vencedor ya sobrio la gloria.
( Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano.)
( Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano.)
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